Perfume de Gol
(Cuentos / La Mujer y el Fútbol)
Editorial Planeta, Buenos Aires, 2009 y 2010.

 
 

De la Contratapa
“El fútbol es una patria más intensa que la patria misma, espeja nuestro exitismo y fracasismo, nuestra violencia, las supersticiones camufladas de religión, el racismo de cada día y tanto más. Esa patria, desde siempre, fue monopolizada por los hombres”, dice el autor de este libro.
En la creciente literatura referida al fútbol, la mujer a lo sumo aparece como elemento ocasional, decorativo, lateral, pero nunca protagonista. En cada uno de los diecisiete cuentos reunidos en este volumen, las mujeres son el eje y el detonante.

– Aquí está Eva, con su nueva teoría sobre el Pecado Original y el nacimiento del fútbol.
– Y está en Villa Fiorito la partera de Maradona con el insólito plan que le hizo cumplir, mes a mes, a Dalma, para que el hijo le saliera “Diego Maradona”.
– Y está la madre de Borges, metida en medio de la popular, contándole a su hijo Jorge Luis el único partido que verá en su vida.
– Y está la mujer fanática.
– Y la relatora camionera que se inventa un campeonato de fútbol para hacer justicia con los equipos chicos.
– Y la esposa vengadora.
– Y la mujer que inmola su parte más defendida del cuerpo para afrontar una cábala.
– Y está la hermana de un muerto en Malvinas cumpliendo una promesa para que suceda el Día del gol.
– Y está la Raulito en su último día.
– Y la travestida que se infiltra en un equipo de varones.
– Y la mujer harta que consuma el más perfecto de los crímenes perfectos.

La lectura de este libro convoca a los dos géneros –masculino y femenino–, unidos por una misma pasión: el fútbol. La pareja emparejada, por fin.

“Sobre el asunto del fútbol yo tenía, hasta la lectura de estos cuentos, una opinión que, ante mi perplejidad y asombro, ha comenzado a variar. Es que, quizá, el fútbol no es aquí más que un gran pretexto, absolutamente válido y digno, para meditar con hondura (¡y sobre todo con gracia!) sobre lo esencial de nuestra vida. Además, la excelente prosa de Braceli es un raro ejemplo de antisolemnidad y hondura.” (Héctor Tizón).

 
   
 

ÍNDICE del libro

(Dalma Salvadora)   Recomendaciones para parir un hijo que salga Maradona
(Eva)   Pecado original, nacimiento del fútbol
(Selva)   Cosas del querer
(María)   El error de Dios
(Jacinta)   Compasión por la pasión, don Borges
(Antonia)   Mandato
(Danubia)   Promesa, para que el Día del Gol sea
(Ella)   La novia del wing que había una vez
(Zulema)   Dice la esposa emputecida
(Josefina)   Platense y sopa
(Leonor)   Borges en la cancha. Por única vez
(Rosalía)   Todo sea por Racing
(Juana)   El error de tener frío
(Fátima)   La almohada vengadora
(La Raulito)   Balada para decir adiós
(Nacha)   La relatora de todas las Américas
(Petra)   Eulalio se fue a la guerra
Posfacio   La mujer y el fútbol. Desde Adán y Eva hasta Eva y Adán 

 
 

3 Cuentos (de los 17)

I (Eva)   Pecado Original, nacimiento del fútbol

Yo soy Eva, y vengo a poner las cosas en claro.
Yo soy Eva, sí, la primera de todas, y vengo a dar fe: que no hubo Pecado Original. Que no. Ni Original ni pecado alguno hubo, que no. Por otra parte, si hubiese habido, original, mortal o venial, a ver ¿qué hay con eso? Dicho sea: ¿se puede saber quién fue el que dijo que es pecado pecar?
Si me prestan un poco de atención, les voy a referir lo que vengo a dejar en claro. No le pongo ni le quito, las cosas fueron así como ya se las estoy contando.
Demos por hecho que en el principio creó don Dios el cielo y la tierra. La tierra era un puro caos sin puntos cardinales y sin arriba y sin abajo: ante eso don Dios empezó a meter mano y dijo que exista la luz y a la luz le llamó día y a las tinieblas noche. Después juntó las aguas en un solo lugar, apareció lo seco, quiso enseguida que produzca la tierra vegetación, plantas y árboles frutales y el mar peces grandes que se coman a los chicos y peces chicos que se comen a otros más chicos. Don Dios, con desatado entusiasmo, fue poblando la tierra de seres vivos, los aires de pajaritos y entre los pajaritos cordiales gorriones. Descansó el séptimo día.
Hasta aquí, detalles más detalles menos, las cosas acontecieron como desde hace tanto es del dominio público. Pero todo se embarulla cuando llega el momento de la creación del primer hombre, Adán, y la primera mujer, que vendría a ser yo. Eso de que nazco a partir de una costilla de él, en qué cabeza cabe, ¡pura habladuría! Yo y Adán nacimos, y listo.
Hablando de habladurías: cierto es que fuimos expulsados del Paraíso, pero es pura falsedad que se debió a que yo tenté a Adán haciéndole morder la manzana del árbol central del Edén. El tal árbol existió, no lo niego. Y manzanas había, tampoco lo niego. Y fuimos furiosamente expulsados, qué duda cabe. Pero las razones de esa expulsión no son las que atravesando los siglos se han propagado. Y esto es, justamente, lo que muy embroncada vengo en este acto a poner en claro.
Quien quiera escuchar que escuche,
quien quiera creer que crea.
Quien ni escuchar ni creer quiera,
que al carajo se vaya.
Pasó esto: el Edén estaba bonito, rebosante de frutos y flores y peces de colores en las aguas y de pajaritos a cual más cantarín por los aires. Con Adán nos llevábamos bien, digamos, compatibilidad de caracteres; jugábamos a ponerle nombres a las cosas, inventábamos todo el tiempo palabras. A él le gustaba especialmente la palabra tajo, a mí me gustaba la palabra dedo. El día que aprendimos a contar le dije que yo tenía veinte y él veintiuno.Siete y otros siete días le llevó entender por qué él tenía un dedo más. Y entonces se río y se puso colorado y salió corriendo.
¿Me siguen? Con Adán nos hacíamos el amor, como se dice ahora, a cualquier hora, a rajacincha. Pero ser felices todo el santo día y todos los días nos empezó a aburrir. Entonces, jugamos a escondernos el uno del otro, a perdernos en los frondosos recodos del este del Paraíso: necesitábamos extrañarnos para después buscarnos con miedo, con el corazón en la boca, buscarnos con hambre y con sed. Siempre terminábamos encontrándonos, y al encontrarnos nos lamíamos y nos ensartábamos. En ese punto yo le decía: ¿Viste Adán que dedos tenés veintiuno? Y él, más que pronunciar, me respiraba la palabra tajo.
¿Me están siguiendo? Ahora les cuento qué pasó realmente con el Pecado Original y toda esa vaina. Hubo dos situaciones, dos, ambas sucedidas para colmo el mismo día; sumadas, produjeron nuestra expulsión.
 
Vayamos por lo que pasó en la mañana de un día; tal vez era lunes, digo, por lo gris y ventoso. Adán soñó hacia delante y por el sueño se enteró que con los tiempos prevalecería la teoría de que él tenía treinta años cuando fue creado. Al despertar con esa certeza Adán me dijo, razonando con enojo: Si es cierto que yo soy el primer humano que aprendió a respirar,  soy también el primero al que le afanaron Tiempo. Yo le recomendé que mejor hablara en plural. Está bien, me dijo, pero siguió en singular, levantando temperatura y rabieta: Esto es un robo. Si nací a los treinta, Dios me afanó tres décadas. Tres décadas no es moco de pavo real. Es casi la edad del futuro Cristo.
La cuestión es que Adán sacó a relucir un carácter que no le conocía ni le suponía. No se quedó en el molde. Debo confesarlo, me gustó muchísimo que no se quedara en el molde. No hice nada para contenerlo cuando me dijo: ¿Venís conmigo, Eva? Yo esto se lo tengo que plantear a este señor. Y llegamos ante don Dios. Y fue éste el ríspido diálogo:
–Don Creador, usted me hizo de treinta años.
–Yo hago. Y Yo deshago.
–Pero me sacó tiempo. Y me perdí eso de mamar del pecho de una calidísima madre y me perdí la niñez entera y me perdí la adrenalina de tocar los timbres de las casas y salir rajando… Una punta de cumpleaños y la adolescencia me perdí…
–Pero te salvaste del servicio militar.
–De acuerdo, pero usted me sacó tres décadas de tiempo. Tres.
–Adán, me huele a reclamo lo tuyo.
–Don Creador, ¡pido lo que me corresponde!
–Aquí el único que pone el grito en el Cielo ¡soy Yo! Fuera de mi vista, ¡desagradecido!

Paso a relatar el segundo y decisivo episodio que produjo nuestro exilio del Paraíso:
En la tarde de aquel día que tal vez era lunes, vi que las manzanas del árbol central del Edén estaban con el semblante muy rojo, con decirles que con sólo sacudir el árbol se desplomaban. Eso hice: sacudí el árbol y llovieron manzanas, muchas manzanas. No teníamos hambre para afrontar tantas y nos pusimos a chacotear con ellas. Alcé una y se la arrojé a Adán, que estaba bostezando a unos diez pasos. El intentó devolvérmela con el pie derecho. No pudo, apenas la rozó con el tobillo. Le arrojé una segunda manzana y estaba vez fracasó peor, le pegó con la canilla. Me reí con carcajadas; esto despertó el amor propio de Adán. Me rogó otra oportunidad: Voy a probar con la pierna del lado del corazón, me dijo. Allá va, le dije yo y mi Adán, así como venía, la empalmó por encima de un arco iris, a la manzana. Tal como les digo: la manzana llegó hasta la misma nube en la que don Dios estaba haciendo siesta: le dio plena, exacta, en un ojo. 
Don Dios rugió un caraxus que descuajeringó nubes y trizó montañas y erizó mares. Un caraxus que hizo de los aires vientos y de los vientos huracanes, de ahí los cinco continentes. Caramba con el caraxus de don Dios.
Nosotros, Adán y yo, ante esto, ¿qué? No pedimos perdón, porque no había por qué. Ni clemencia pedimos.
–Adán –le dije–, nada de indultos, rápido rajemos de aquí, vayámonos a la Tierra, busquémonos un lugar donde podamos sufrir de vez en cuando y no seamos felices todo el tiempo.
–¿Un lugar donde podamos ilusionarnos con que tenemos albedrío?
–Sí, un lugar donde al miedo lo podamos sentir juntos.
–¿Y habrá manzanas tan redondas en ese lugar, Eva?
–Habrá, Adán, si regamos cada día el árbol que nos da el fruto.   

Doy fe de lo que digo. Palabra de honor, palabra de hembra, palabra de Eva. Aquí vine, aquí estoy para poner de una vez las cosas en claro. Ni soñado ni exagerado, así, tal cual, fue lo que sucedió allá lejos. La exacta manzana que entró en el ángulo superior derecho de un ojo de don Dios, fue la razón desencadenante de nuestro exilio por los siglos de los siglos. Qué sabía yo que al procurarle aquel juego al aburrido Adán, al incitarlo con esa manzana que empalmó con tan soberbia izquierda, iba en ese instante a nacer algo que ni Dios sabía entonces que iba a llamarse fútbol.
Porque de fútbol somos, iba a valer la pena el exilio. Iba a valer la alegría.
Coño, que no hubo Pecado Original, que no.

 
   
 

II (Dalma Salvadora)   Recomendaciones para parir un hijo que salga Maradona

La madre que parió a Maradona pudo concebir a semejante ser porque antes afrontó y cumplió al pie, al pie de la letra, los consejos que la Pierina le anotó, de puño y letra, en un cuadernito. La Pierina era partera –perdón por la rima– a la hora que fuera. Una digresión: también se llamaba Pierina la partera que ayudó a mi madre para que mis cinco kilos y pico salieran a respirar al mundo. No se trata de la misma Pierina, no, pero una me llevó a la otra y la otra a esta historia.

En ese vértice del almanaque que abrocha un año con otro, cuando brindamos y nos abrazamos y nos besamos y nos ponemos momentáneamente buenos, Dalma Salvadora Franco, la Tota, le dijo a su esposo, Diego Maradona, Chitoro, al oído le dijo:
–El próximo será varón. Te lo juro.
–Eso me dijiste la primera vez…
–… y vino nena.
–Y la segunda vez…
–… y vino nena.
–Y la tercera vez…
–… y vino nena. Y la cuarta vez, sí, también te lo dije.
–Y nena vino.
–Pero el quinto, Chitoro, será varón.
–Será varón, Tota. Si no viene nena.
–Te digo que será varón.
–Si nos sale nena yo la voy a querer igual. Vos sabés.
–Será varón. Y jugará a la pelota como diosmanda.
–Dios, Tota, no entiende un comino de fútbol.
–Bueno, si no entiende, que mire para abajo y aprenda de una vez.

Llovía sin consideración afuera de la casilla en la Villa Fiorito de Lanús, provincia de Buenos Aires. Pero la Pierina prometió que iba a estar a las seis de la tarde y allí estaba, ese 5 de enero, empapada, con el paraguas desfondado. Era una partera de palabra. La Tota le alargó una toalla y un batón y se fueron a la única habitación para poder hablar tranquilas. Era una conversación de grandes y las nenas que sigan jugando.
–Quiero que sea varón, Pierina. Varón y futbolista y bueno.
–¿Bueno como persona o bueno como jugador?
–Las dos cosas: varón bueno y jugador buenísimo.
–Sabía que me ibas a pedir algo así. Pero hagamos de cuenta que no me dijiste nada. Y empecemos de cero. Respondéme, Tota, a cada cosa que te voy preguntando.
–Bueno.
­–Ustedes nunca fueron otra cosa que pobres… tenés cuatro críos, cuatro, ¿querés tener otro?
–Sí, quiero.
–¿Y tu marido se anima?
–Sí, quiere.
–¿Lo querés hombrecito u hombrecita?
–Hombrecito.
–Entonces, Tota, deberás mirar el sol cada vez que tomés agua.
–Miraré el sol cuando tome agua. Pero ¿y de noche?
–Mirarás la nuca del sol, que vendría a ser la luna.
–Tomaré agua mirando la luna entonces.
–No es todo. Vos y tu Chitoro, cada día deberán comer cosas que vengan de los árboles, de la madera.
–¿Para qué eso?
–Para que el venidero les nazca con palito.

La Pierina era una mujer con algunas lecturas, por ejemplo, eso de “para que el venidero les nazca con palito” se lo afanó a un poeta que iba a escribirlo tres años después en un libro que se llamaría El último padre. Pasan estas cosas. Y hay que decir, además, que la Pierina era una partera apta para todo servicio: más de una vez, con dolor en el corazón y en el alma, ayudó a abortar criaturas que iban a ser devoradas por la condena definitiva de la pobreza. No hay derecho a arrojar a nadie al hambre, decía ella.

Parir un hijo Jesús no fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un hijo Che Guevara tampoco fue fácil. Sólo una mujer pudo. Parir un Diego Armando Maradona Franco, más que superdotado futbolista y hacia 1986 el humano más famoso de todos los seres vivos del planeta, tampoco iba a ser fácil; para nada.
La Pierina pidió un té de carqueja ¡sin azúcar! y lo tomó despacio, algo pensativa.
–Decíme, Tota, ¿estás bien segura que querés que el pendejo te salga futbolista y buenísimo?
–Y sí. Que sea buenísimo, el mejor de la villa.
–Mirá, si nos metemos en este baile tenemos que apostar muy fuerte. Ya que estamos que sea el mejor de la villa, el mejor de la provincia, el mejor del país, el mejor del mundo, el mejor del siglo y de todos los tiempos.
–Y bueno, Pierina… ya que estamos.
–Te aviso que no va a ser sencillo. Conseguir un pibe así te va a costar una güeva y la otra güeva también. Yo me vine bien preparada, Tota. Te anoté, mes por mes, lo que tenés que hacer sin saltearte nada. En cuanto te olvidés o no podás hacer algo, despedíte del pibe 10. Te vendrá un pibe 7 o 5 que jugará lindo, pero como tantos.
–No no no, yo quiero que sea pibe 10, el mejor de todos.
–Eso es, Tota, el mejor de todos así en la tierra como en el cielo como en el infierno.
–Pierina, ¿no podemos evitar eso del infierno?
–No podemos: tierra y cielo incluyen infierno. Por el mismo precio eh.
–Bueno, Pierina, digamé.

La Pierina dijo ahora sí dame un par de mates. De pronto apretó el ceño y los tomó cabeceando, mirando al piso. Mirando al piso como quien mira las entretelas del futuro, con gravedad. Su rostro fue como esos cielos luminosos que sin aviso se oscurecen. Después de los mates corrió su silla y se ubicó frente a la Tota. Estaban rodillas contra rodillas.
La Pierina abrió el cuadernito y empezó a leer con voz algo solemne:
–Para tener un hijo que como futbolista sea el más genial de los geniales, el más único de los únicos, tendrás que cumplir, mes a mes lo que aquí está escrito.
–Lo haré, seguro que lo cumpliré.
–En el primer mes, cada día, un ajo en ayunas.
–¡Un ajo!
–Un ajo. Caiga quien caiga.
–Y bueno, caiga quien caiga. Pero ¿para qué el ajo?
–Para que venga sin pelos en la lengua. Un único entre los únicos tiene que decir siempre lo que le da la gana, así le moleste al faraón o al sumo padre… Sigamos, que se nos viene la noche. En el segundo mes tendrás que dormir en el lado izquierdo de la cama y después siempre así.
–¿Pará qué eso?
–Para que venga zurdo, bien zurdo. En el tercer mes tendrás que hacer tres días de ayuno: sólo líquidos.
–Pero voy a tener mucho hambre, Pierina.
–Y él también. Así vendrá con hambre. Con hambre de gol, con hambre de todo… En el cuarto mes tendrás que prepararte, cada tres días, un caldo que tenga acelga, apio, hinojo, rabanitos, calabaza, camote, ají verde, cinco cebollas, cinco… y pastito de ese que sale a la orilla del pozo de agua. Una olla entera.
–¿Y esto para qué?
–No sé. Pero vos hacélo, Tota. El día trece del quinto mes, el 13, deberás buscar una piedra bien redonda, del tamaño de un puño y a la piedra enterrarla en el medio de la canchita más cercana. Eso lo harás sola, sin ninguna mirada, a las tres de la mañana.
–¿Mi marido me podrá acompañar?
–Sola dije. Y sin que nadie se entere. Ni él.
Las recomendaciones para el sexto, séptimo y octavo mes no fue posible conocerlas porque la Pierina, vaya uno a saber porqué, se las dijo al oído. Secretos de hembras. Secretos sellados, porque la hoja donde estaban escritas las recomendaciones de esos tres meses fue arrancada en el acto y prendida fuego.
–Pierina, ¿puedo preguntarle algo?
–Te la pasás preguntado.
–¿Por qué me habló al oído?
–Porque no quiero que escuche.
–¿Quién? Si estamos solas y encerradas.
–No tan solas, Tota, siento que alguien nos está escuchando.
–Alguien…
–Sí, yo siento que aquí adentro, aparte de nosotras hay… no sé, un escritor, alguien así.
(Al escuchar esto sentí vergüenza, me ruboricé…)
 
–Cebáme otro mate –dijo la Pierina enseguida– pero antes cambiále la yerba.  No me tinca el mate con gusto a enema.
Y el mate vino. Y después las dos mujeres otra vez rodillas contra rodillas.
–Pierina, ¿podré cumplir con todo lo que me está pidiendo?
–Eso me pregunto yo: ¿podrás, Tota?
–Quiero poder.
–Vas a poder.
–¿Y en el noveno mes qué tengo que hacer?
–Desde el primer día caminar descalza por las mañanas. Descalza, sintiendo que la tierra es la espalda del mundo entero. Esto para que tu hijo venga mundial, ecuménico y planetario… barrilete cósmico…
–¿Barrilete cósmico?
–Se me hace que así lo llamará un día cierto relator que hoy todavía no imagina que será relator, porque recién anda por sus trece o catorce años de edad… Sí, descalza, cada día por la espalda del mundo andarás…
–Eso no me costará nada, me gusta andar descalza.
–Lo que te costará un poquito más, en la primera semana del mes noveno, será enhebrar una aguja...
–Eso lo hago sin dificultad todos los días.
–… enhebrar una aguja con los ojos cerrados. La misma aguja que usás para pegar los botones de la camisa. No vale aguja de colchonero eh.

Y la Tota quedó preñada a las casi tres semanas de ese encuentro con la Pierina. Se empezó a poner gruesa sin disimulo y con entusiasmo. Mes a mes fue cumpliendo una por una las recomendaciones. Hasta que llegó el crucial día de enhebrar la aguja con los ojos cerrados. Lo empezó a intentar desde temprano: se encerró en su dormitorio, tomó aguja, tomó hilo y… creer o reventar: en el primer intento no pudo. Ni en el tercero ni en el décimo. Se dio cuenta que estaba temblando. Ciega y encima temblando, ni en un año podré enhebrarla, gimió. Intentó tres, siete veces más, no pudo; le dio una patada a un ovillo de lana y el ovillo de lana se metió justo por el ángulo de la banderola entreabierta. Alguien en la vereda vio salir el ovillo en parábola y bramó ¡gol carajo!
La Tota escuchó la palabra gol y salió como resucitada de su creciente congoja y decidió decir gol en los próximos intentos.
No necesito varios intentos, ya en el primero sintió que el hilo había penetrado por el enormemente pequeño ojo de la aguja.
Sintió eso; lloró en silencio.
Y aquí entró el marido y la encontró así. No se animó a interrumpirle el llanto, sólo se hincó y le besó el vientre y él también empezó a llorar bajito.

Dos días después, la Tota, sumamente embarazada, le estaba dando una mano a su marido. Él, empinándose desde una silla, intentaba cambiar una bombita de luz. Chitoro, qué te costaba hacerlo con la escaler…No terminó de decirlo y a él se le cae la lamparita. Ella interrumpe la caída con la rodilla; la bombita vuelve a subir y a caer, pero no se estrella en el suelo; ahí, ella, por así decir, la acampuja con el empeine y la lamparita va a dar a la mano asombrada de él.
–¿Alumbrará esta lamparita?–, dice él.
–Seguro que alumbrará–, dice ella.
Ella, después de cumplir al pie, al pie izquierdo de la letra, los mandatos de la Pierina, no imaginaba que su hazaña de la lamparita sellaría, como si fuera un antojo al revés, el destino mundial y único del ser que a las siete de la mañana del día siguiente iba a nacer, en domingo, naturalmente. A nacer por los siglos de los siglos.

El 30 de octubre del año 1960 después de Cristo la Tota rompió bolsa a eso de las cinco de la madrugada. Camino del Policlínico que, naturalmente, se llamaba Evita, le preguntó a la Pierina, que la acompañaba:
–Estoy segurísima que Dieguito va a ser un pibe 10. Pero dígame Pierina, ¿mi hijo va a ser feliz?
–Tu hijo estará condenado a dar felicidad a los demás.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Mirá, el Policlínico. Por fin llegamos.
–Pero él, ¿él va a ser feliz?
–Dame la mano y bajá con cuidado.
–Pero él va a…
–Afirmáte en mí, Tota. Vamos. Rápido.

 
   
 

III
(Nacha)   La relatora de todas las Américas

El uno para el otro.
En los bordes de la ciudad de La Plata, capital de la provincia argentina de Buenos Aires, ellos nacieron en la misma calle, a siete casas y dos baldíos de distancia, con una semana de diferencia. En el mismo mes de noviembre de 1947, Nacha y Ambrosio recibieron tijera de la misma partera. No es todo, hasta se casaron el mismo día. Claro, no podía ser de otra manera porque se casaron entre sí.
Los dos crecieron fervorosos de la religión del fútbol. Tantas coincidencias hubieran alisado, aguado sus vidas hasta ser devorados por la peor de las caries, la de la indolora monotonía, pero por suerte había algo, esencial, que los distanciaba gravemente: Nacha era hincha, como ella decía, hasta las uñas de los pies, de Estudiantes de la Plata, y Ambrosio era hincha, como él decía, hasta las pestañas, de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Sabido es: no puede haber mayor encono que entre dos equipos del mismo pueblo o ciudad. Hinchas eran los dos, y de cuajo: en ayunas, sin feriados, con insomnios incluidos. La luna y el sol, diástole y sístole.  

Ambrosio, todavía en su morosa escuela primaria, rondaba por los talleres mecánicos y a partir de esto frecuentaba a los camioneros de larga distancia. Empezó de acompañante, sin cobrar, por la comida, felicísimo. Con el tiempo su patrón, viendo que era también un muy hábil mecánico capaz de solucionar lo que venga con alegría y maña y alambre y palito, le confió uno de sus tres camiones para que lo manejara por su cuenta, primero atravesando el país en diagonal hacia el norte y después hacia el sur. Al tercer viaje ya se largó solo. Tenía entonces veintidós años. 
Nacha, como su madre y como la madre de su madre, sabía coser, sabía bordar, iba para modista y, por así decir, para mujer de su casa.
Nacha fue la primera novia de Ambrosio y Ambrosio fue el primer novio de Nacha. El primer beso en la boca fue ése, el mismo para los dos. Muy largo resultó el noviazgo porque empezó temprano, a los quince, y se convirtió en una costumbre. Pero a los veintiocho, sin que nadie supiera porqué, imprevistamente decidieron casarse con una velocidad que a familiares, amigos y favorecedores hizo pensar que era de apuro, que ella estaba de encargue. Pero lo real es que Nacha y Ambrosio nunca pasaron de los besos y ciertos manoseos febriles de zaguán. Corrían el peligro de transformarse en hermanos.
El casamiento se organizó en tres semanas, fue con iglesia, y de blanco ella. Él estrenó el único traje que tuvo en su vida; amoldar los zapatos le llevó a sus pies planos tres semanas, a razón de dos horas diarias. La fiesta se hizo en el barrio, en plena vereda, sumando seis mesas, con lamparitas de colores y música del vecindario: se juntaron dos guitarras entusiasmadas, una tuba caudalosa y un violín que en fin. La comida, también reunida por el vecindario, tuvo empanadas recién sacadas del horno y tres lechones asados en la panadería, bebida para tirar para arriba, mucha sidra, más cerveza que vino.
Era un sábado. Los dos acordaron que la luna de miel, de una semana, fuera dos días después, porque ese domingo justamente jugaban Estudiantes y Gimnasia (o viceversa) y les hubiera sido insoportable irse sin sufrir y gozar ese partido. Como es previsible, ese encuentro terminó empatado, un resultado providencial que sin embargo no le gustó a ninguno de los dos. 
Vayamos un momento a la fiesta de casamiento: se prolongó hasta muy entrada la madrugada. A eso de la una y media de la mañana, después de bailar con todos, Ambrosio y Nacha se encontraron bailando juntos. Ahí fue que ella le dijo:
–Estás preocupado. Contáme.
–Un poco cansado nomás. Estos zapatos.
–Decíme qué te pasa, Ambrosio.
–No me pasa nada te digo.
Y de los brazos de Nacha se va Ambrosio a buscar una silla, con la excusa de que no da más de los pies. Ella lo deja alejarse. Pero al rato, distantes del barullo, Nacha vuelve por Ambrosio. No le pregunta nada, sólo le busca los ojos y le toma las manos:
–Qué frías tenés las manos. Algo te pasa.
–Me pasa que… yo no sé hacer otra cosa que manejar y arreglar mi camión...
–Lo tuyo, lo que siempre hiciste.
–Nacha, quiero decirte que estar con el camión me gusta y me va a gustar siempre, siempre.
Un silencio muy largo; él baja la mirada, ella no. Él sigue, pero en voz baja:
–… la ruta, el motor, los viajes, es lo que haré siempre. Vos lo sabés.
–Y claro que lo sé: desde los catorce que ésa es tu vida.  
–Los viajes son largos, Nacha, varios días de ida, varios días de vuelta, a veces una semana…
–… a veces diez, doce días… Mirá, Ambrosio, yo sé lo que estás pensando y no te animás a decirme. Lo sé porque a mí me pasa lo mismo que a vos.
–Entonces contáme… a vos te salen más fácil las palabras.
–Ambrosio, decíme, ¿a vos te va a gustar dejarme sola una semana, diez días, llegar, estar en la casa unos días y volver al camión otra semana larga?
–Nacha, te voy a extrañar mucho.
–Yo también te voy a extrañar mucho.
–Entonces, lo mejor es que me deje de camión, de ruta y… No nos queda otra.
–Sí nos queda otra: yo me voy con vos de acompañante, te ayudo en lo que pueda, te cebo mate, te hago de comer, y mientras manejás te relato partidos de fútbol.
La propuesta de Nacha no necesitó la respuesta de Ambrosio en palabras. Con un abrazo él le dijo que sí que sí. Fue tan apretado, tan largo el abrazo, que subieron las voces del vecindario: ¡Que vivan los novios! 
Sin soltarse, Ambrosio, bajito le pregunta:
–Nacha, ¿siempre vas a ser mi acompañante en la ruta?
–Siempre.
–¿Toda la vida?
–Toda la vida.
–Pero… cuando tengamos hijos no vas a poder venirte conmigo.
–Todo no se puede en esta vida. Hijos no vamos a tener.

La semana prevista para la luna de miel se redujo a tres días; los otros cuatro Ambrosio y Nacha los dedicaron a acondicionar la cabina del camión, sobre todo la cucheta, pensando que iban a ser dos los que pasarían días con sus noches, semanas, en ese reducido espacio. Ella, hacendosa y práctica, se encargó de una punta de detalles femeninos. Mientras tanto él a la cucheta le agregó una bandeja, especie de suplemento que amplió el espacio para dormir. Se iban a arreglar lo más bien porque Nacha era menudita.
Una punta de horas le llevó a ella armar un artefacto que hizo injertando una parte de un carburador en desuso de Fiat 600 con un colador. Ése iba a ser el micrófono que usaría para relatar partidos de fútbol imaginarios.
Y salieron una mañana antes de que asomara el sol, con el camión y su carga de rollos de ruberoy y aislantes para techos, rumbo a Río Gallegos. Felices partieron en ese Dodge que, por años, iba a ser para ellos como un hogar. En esa casita la ventana del parabrisas les renovaba el paisaje y durante algunas horas clave se convertía en cabina de arduas trasmisiones radiales. Las horas elegidas para los relatos de Nacha eran las del sopor de la siesta o las del temible sueño del amanecer, cuando la ruta produce en su infinita reiteración de asfalto un encantamiento hipnótico. Ella, en esos tramos, abría sus relatos sacando de la visera de la cabina un cable que en su extremo tenía el micrófono. Para sus trasmisiones había programado, de común acuerdo con Ambrosio, un campeonato de fútbol con características muy propias. Por empezar, los partidos podían durar dos horas o dos horas y media si era necesario. En esos torneos que empezaban, se desarrollaban y terminaban en el lapso de cada viaje, habían acordado que uno de cada tres campeonatos fuera ganado por uno de los equipos de La Plata, Estudiantes o Gimnasia. (Perdón: o viceversa). Los otros campeonatos se repartían preferentemente entre equipos del país interior; ocasionalmente ligaban San Lorenzo, Vélez, Independiente, Rosario Central, Ñuls, Huracán, Argentinos Juniors, Lanús. Jamás, jamás, River o Boca. Y esto por una cuestión de principios, de federalismo, de justicia divina. Resulta que Nacha, que había completado el secundario, tenía algún que otro libro leído: uno de ellos era La cabeza de Goliat, de Martínez Estrada. Precisamente esta lectura la aplicaba casi con furia de barricada cuando argumentaba en sus editoriales deportivas que ya basta de Boca y de River, ya basta de que la cabeza de Goliat crezca enorme devorando su propio cuerpo, el cuerpo que le da de comer…
Desde luego que las alternativas de los partidos que trasmitía Nacha poco y nada tenían que ver con las del campeonato real. Ella digitaba triunfos, derrotas, puntaje. Ella, relatora, era como una especie de Dios planificador de un campeonato justiciero, compensador de la agraviante realidad.
Se permitían licencias no sólo como las de la duración azarosa de los partidos. Ella, discutiendo y acordando siempre con Ambrosio, había establecido algunas modificaciones verdaderamente revolucionarias en las reglas de juego, que contradecían a las de la AFA y la FIFA. Era una especie de subversiva del fútbol Nacha. Por ejemplo, el orsay empezaba a partir de la línea del área grande; los saques laterales se debían hacer siempre con el pie; los tiros libre se ejecutaban sin barrera. Tal vez la norma más imaginativa era que, cada tres corner, el equipo favorecido tenía derecho a un penal. Todo esto, evidentemente, para propiciar y favorecer y premiar el juego ofensivo, y desalentar, según el decir vehemente de Nacha, el juego aburrido y cobardón y mezquino y conservador de los equipos que se cuelgan del travesaño y especulan penosamente con la usura de la ley del orsay. Así planteados, los partidos relatados por Nacha terminaban sumando ocho, diez, quince goles. Un festival de alaridos. Las canchas reventaban de gente y la natural violencia se canalizaba en esa abundancia de goles.

En esta historia hay tres momentos, digamos, cruciales. Ya los compartiremos. Antes agreguemos algunos pormenores. Nacha era asmática. Eso hacía que algunos partidos terminaran abruptamente. El árbitro clava la pitada final por falta de garantías, decía Nacha, y jadeando cambiaba su micrófono por el vaporizador.
Otra: En cada transmisión Ambrosio no se limitaba a ser un oyente, compartía el relato en distintos momentos. Por empezar, él, que tenía un segundo micrófono menos sofisticado, una ex linterna de dos pilas, hacía la apertura con voz adecuada: Señoras y señores oyentes de los cuatro puntos cardinales… con ustedes la relatora de todas las Américas y de las provincias unidas del sud: ¡Nacha Marelli de Morales! Y Nacha seguía con este saludo: ¡Buen día a la hora que sea! ¡buen día país! ¡¡buen día gol!! Después de esa destreza algo literaria, invariablemente le pedía tratándolo de usted: Ambrosio Morales, pasemos al estado del tiempo y la formación de los equipos… Durante el vértigo de sus relatos, para darse un respiro o un toque de mate, y muchas veces para despabilarlo, Nacha le daba un codazo a Ambrosio y le pasaba la posta: Morales, ¿cómo se ven las caras en el banco del equipo por ahora perdidoso? Y Morales casi siempre acotaba lo mismo: Hay preocupación, mucha bronca…y en cualquier momento, Nacha, ¡se viene un cambio! En los entretiempos, que Nacha usaba para renovar el mate, la transmisión seguía con Ambrosio, siempre desde el vestuario del equipo más comprometido o perdedor. Daba cuenta de algún lesionado, reiteraba la temperatura, metía algunos avisos fijos como el de Gran Tienda La Unión… donde un peso rinde tres… donde el cliente siempre tiene razón… donde se venden los sombreros estilo Mussolini y los zoquetes contra el temblor…Codazo, y entraba Nacha con la pregunta de siempre: ¿Novedades para el segundo tiempo en el vestuario de los perdedores? YAmbrosio se mandaba la de siempre: ¡Hay orden de ganar! ¡Hay orden de ganar!
No convendría dejar pasar un detalle: Nacha hacía girar sus vibrantes relatos en función de los perdedores, a tal punto que cuando mencionaba a su emisora, decía: Radio Diagonales, ¡la radio de los perdedores de siempre! Y bajaba línea sin disimulo: odiaba con todas las letras a los tramposos periodistas objetivos y neutrales.
Escuchémosla un momento, por favor:
Amables soyentes, todo llega… ya falta menos para que nos llegue el día en que los hambrientos de la tierra doblarán la resignación y perderán la paciencia y bajarán como un río por las avenidas… Mientras tanto, amables soyentes, el fútbol es la única forma de justicia posible, porque empareja en el mismo alarido al millonario y al desgajado sin dientes, al profesor y al analfabeto.

Momento de referir tres situaciones, entre tensas y dramáticos, en la vida de Nacha y Ambrosio en la sucesiva ruta.
El 7 de abril del 79 –era sábado, ya habían cumplido tres años y medio de casados– Ambrosio frenó imprevistamente el camión, a la altura de  Piedra Buena. Desde hacía un buen rato, nadie en la ruta. Frenó y preguntó a boca de jarro:
–¿Seguís pensando igual que la noche de nuestro casamiento?
–Me lo decís porque cambiaste de idea Ambrosio.
–No… no cambié de idea. Pero por ahí vos…
–Todo no se puede en esta vida. Hijos no vamos a tener.

Pero conozcamos un poco más a esta Nacha y a este Ambrosio; seguro que terminaremos queriéndolos.
El 13 de marzo de 1981 vino viernes. Llevaban seis horas sobre la ruta, sin detenerse; llovía mansamente. Nacha estaba trasmitiendo el segundo tiempo de un partido entre Rosario Central y Lanús. Kilómetros antes de entrar por la ruta 3, a Río Gallegos, a la altura del Cañadón de las Vacas, el camión se fue en una curva; quedó con las ruedas mirando el cielo. Ambrosio todavía respiraba pero estaba inconsciente; medio rostro bañado en sangre. Nacha intentó socorrerlo, pero en cuanto se inclinó sobre él, perdió el conocimiento; a ella la sangre le bajaba por la nuca. La ambulancia llegó dos horas después. Ya en su interior, les aplicaron oxígeno. Ella entonces entreabrió los ojos y al ver la mascarilla la consideró micrófono y sin más dijo: Y el partido se suspende a los 32 minutos del segundo tiempo. Y cerró los ojos Nacha.
Podría ser más fuerte este momento si escribiéramos que cuando largó y el partido se suspende a los 32 minutos del segundo tiempo, dijo sus últimas palabras.Pero no fueron las últimas. Una conmoción cerebral severa ella y no tan severa él. Seis puntos de sutura para ella y diez para él. Después el retorno a la casa, para reponerse y arreglar lo dañado del camión. Todo no había pasado de un enorme susto, sobre todo para Ambrosio que despertó primero y al ver tan quieta a Nacha se arrojó desesperado sobre ella.
Veintidós días después volvían a la ruta. Iban los dos ganados por el silencio; el silencio se hizo más espeso cuando llegaron a la curva del vuelco, ahí, cerca de Cañadón de las Vacas. Apenas la curva quedó atrás, Nacha tomó el micrófono: Amables soyentes… y el partido se reanuda a los 32 minutos del segundo tiempo...

Último día del mes de noviembre de 1991: Ambrosio y Nacha ya han celebrado con dos asaditos en la ruta, sus respectivos cuarenta y cuatro años de edad. El 30 vino sábado. Los dos, con los micrófonos de siempre, están haciendo una transmisión en duplex porque hoy juegan, por un lado, Boca y Gimnasia, y por el otro, River y Estudiantes. Nacha salta de un partido al otro con la impunidad de su imaginación. Esta vez un casi vuelco del camión, con toda su carga, casi se produce por esquivar a un auto suicida que se les viene de frente. El auto sigue como si nada. A los diez minutos Ambrosio se aprieta, se estruja el pecho con una mano, alcanza a frenar. Ella le ve la mirada y se da cuenta de que apenas le salen las palabras: le acerca la oreja. Ambrosio, con menos que un murmullo le está diciendo:  Me voy nomás… Mi Nacha, gracias por no tener hijos… con lo que te gustaban… gracias… Cuando Nacha le pone los labios sobre los labios para dejarle el último beso, recibe en los suyos el airecito del gracias de Ambrosio.
Da un alarido, sin llanto el alarido… Muertito del corazón, por el corazón… Después, muy quieta ella, lo mira largamente… esperáme ¿sí?… Le baja los párpados, le arregla el pelo…
Con una fuerza que no se conocía ahora está trasladando el cuerpo al asiento que ella ocupaba recién. Toma a su vez el sitio del volante; sentada en el borde del asiento pone primera, segunda, tercera… pone cuarta. Toma el micrófono y dice: Amables soyentes de Radio Diagonales, Ambrosio nos ha dejado… se fue a respirar de otra manera… Vamos a interrumpir esta transmisión, vamos a hacer un minuto, un día, un año, una eternidad de silencio… El amado fútbol seguirá haciendo su vida, y hace bien, pero el espectáculo ¡mierda! hoy no debe continuar… Corazón y pases cortos, corazón y pases largos, amables soyentes, siempre corazón… ¡Hasta el gol siempre!
El camión avanza veloz, llega a lo más alto de una loma, nadie se ve en ese camino de cornisa, que serpentea. Como corresponde, piensa en voz alta Nacha, como diosmanda… Y hunde el acelerador a fondo antes de entrar en ésa, en esa curva…