Madre argentina hay una sola
(con Juan Andrés Braceli)
(Ensayo periodístico / Reportajes y entrevistas)

Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999
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Del prólogo, fragmentos
LAS MADRES, ESAS INCONSCIENTES QUE SIEMBRAN CONCIENCIA.
O CÓMO PENSAR CON EL INSTINTO.

Muy rápido, ya, quiero decir que si bien aquí, en este libro, se da por cierto y escrito que madre argentina hay una sola, también, no menos cierto es que madre peruana hay una sola, y que madre chilena, y que madre uruguaya, y que madre boliviana, y que madre rusa, y que madre judía, y que madre italiana, y que madre española, y que madre albanesa, y que madre china, y que madre canadiense, y que madre hawaiana, y así sucesivamente, y que madre esquimal también hay una sola.
Nada de exclusiones, y recordemos que todo es relativo, también el hecho cuantitativo de que hay una sola lo es. Porque en la siguiente galería tenemos, por ejemplo, el caso de un bailarín consagrado, que cierto día de su existencia tuvo, para él, no una sino tres madres en actividad.
Lejos estoy de sostener, con el título del libro, que la madre argentina es la mejor del mundo. En todo caso, es la mejor del mundo aquí. Y como el eje del mundo, creo, pasa por cada individuo y en un sentido más amplio por cada país, hay infinitos ejes, tantos como seres vivientes. Entonces, a bajarse del caballo porque, por otra parte, el caballo que alardeamos es de calesita y la calesita en una de ésas está detenida.
Esta aclaración parecerá, tal vez, superflua. Pero siendo habitante de un sitio como la Argentina, tan propenso a la exaltación y las confusiones, tan por generaciones maleducado en la creencia de que si no somos los mejores del mundo somos los más, para la gracia o la desgracia, para los hallazgos o la calamidad, para la incomprensión o para la absurdidad, en estando tan propensos a sentirnos, como digo, si no los mejores, los más en algún sentido planetario, vale la alegría aclarar que el título de este libro si bien por un costado afirma algo que doy por cierto, por otro costado, si se lo mira desde el punto de vista nacionalero o nacionaludo, es un chiste, una broma. Ocurre que como vivimos aquí nos ocupamos de aquí.
La broma del título no desmerece el hecho,  palpable, de que en este territorio tan entretenido por toda suerte de surrealismos desnucados, hay, como contrapeso, una cantidad de madres colosales. Para decirlo en buen castellano: madres de putamadre. ¿Contrapeso de qué?: de una frivolidad convertida en religión y en forma de vida. Ellas, las mujeres madres, sirven además de linterna en este caos de ruidos que pasan por sonidos, de chatura entendida como nivel del mar, de pacificación usada como mascarada de la desmemoria que consolida los perfectos crímenes perfectos.
Aquí nos encontraremos con madres de la más variada índole. Desde políticas hasta analfabetas, desde prolíficas hasta yermas. Aquí hay madres que lloran y que hacen llorar pero que no se quedan en la mera lagaña, y desde el llanto semillan la memoria indispensable para no volver una y otra vez al pasado de la impunidad; semillan la memoria indispensable para hacer el futuro hoy, en el mismísimo presente que nos toca.
Durante el rato o los ratos que supone la lectura de este libro, propongo que nos abramos a la desgarrante confesión de muchas de estas madres, al espectáculo de su porfiada tenacidad, a la fiesta del denuedo, a la prodigiosa manera que tienen, finalmente, para extraer gotas de alegría desde lo más hondo de la tragedia.
Aquí hay madres de todas las marcas: hay madres de grandes madres, como la de de Hebe Bonafini y de Mercedes Sosa; hay madres inesperadamente famosas por la tragedia que soportaron, como Mirian Bordón, Liliana Fuentes y Ada Morales; hay madres que abortaron porque las fusilaron, como Camila O'Gorman; madres yermas que no pudieron tener hijos pero que criaron cientos ajenos; madres pobrísimas con hileras de hijos propios y de nadie; hay madres de Malvinas. Y no faltan las madres insólitas, como aquella que el mismo día parió mellizos de dos nacionalidades, o como la que soltó a la letrina, desde su vientre y sin quererlo, a su recién nacido. En este abanico se encuentra la madre de un hijo de presidente de la nación y está, por qué no, la costurerita que dio aquel mal paso y debió mandarse a mudar por culpa del qué dirán; y enseguida viene la gran vengadora, la que reivindicó sonora y literariamente su condición de madre soltera, Alfonsina Storni, allá por el año 1911. Y no quise que faltaran madres de famosos del presente y de la historia: entre ellas las de Domingo Faustino Sarmiento, Juan Domingo Perón, Ernesto Guevara, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges, Sandro, y Sebastián Borensztein Pappo mediante, y Carlos Gardel, claro.
¿Y por qué nos ocupamos y vamos al rescate de las madres y no de los padres? Tal vez por la misma secreta razón de que hay madres de Plaza de Mayo y no hay padres de Plaza de Mayo, de que hay abuelas de Plaza de Mayo y no hay abuelos de Plaza de Mayo, de que hay Madres del Dolor y no hay Padres del Dolor, de que hay Madres de Homosexuales y no hay Padres de Homosexuales. El protagonismo de las madres es por demás evidente, innegable. En cualquier terreno son las que toman la iniciativa, las que van al frente y, más allá de ese gesto, son las que perseveran sin feriados. Expresado desde la demagogia o desde el genuino reconocimiento, ya está por demás demostrado que las mujeres tienen una resistencia, una templanza, tal entereza para el dolor y el sufrimiento, que no tiene el promedio de los hombres. Se podrá discutir (enseguida nos demoraremos un poco más en este asunto) si el coraje de las mujeres es coraje o es irresponsabilidad, si es la pérdida de conciencia que permite ponerle el pecho a las balas, a los fusiles o un auto que viene en dirección contraria. La discusión, sin necesidad de que uno la estimule, brota sola. El hecho innegable es que las mujeres, por mandato de sus vientres, por la porfiadez que emerge de su, o por su, presunta histórica inferioridad, son capaces de todo. Pero de todo. Capaces, por empezar, de desalojar de sí, y por completo, esa cuota inherente a la condición humana que es el miedo. Hablando siempre en general, sin tomar esto como dogma, se podría decir: las mujeres madres se la pasan teniendo miedo, hasta que dejan de tenerlo; a su vez los hombres tenemos mucho menos miedo, pero lo tenemos siempre.
Las mujeres, posiblemente adiestradas por la épica de sus vientres cuantiosos, parecen nacidas para ir contra la corriente, y remontar, y vadear. En las siguientes páginas se lo puede comprobar una y otra vez en situaciones y terrenos muy distintos, no sólo en el ideológico. Ahí tenemos aquella madre abuela que dice: El dolor que teníamos nos hacía olvidar de nosotras. La lluvia de los jueves no nos podía enfermar. Y ahí tenemos, simultáneamente, padres que cayeron, que quedaron en el camino mientras tanto, heridos sin retorno por el dolor insoportable. Y ahí tenemos una madre que se planta frente al auto que intenta huir con su beba robada, y le pone el cuerpo, y el auto la voltea, y ella se agarra como una fiera del paragolpes y del quemante caño de escape, y ella es arrastrada, y ya no se suelta hasta que el auto se detiene. Y ahí tenemos a esa mujercita que en la falda del volcán en erupción que acaba de tapar a su pueblo, hace el amor para adelantar el hijo que planificaba para tres o cuatro años después, y decide y consigue, en medio de ese apocalipsis de cenizas, quedarse bien preñada.
Los psicólogos, los sociólogos, los antropólogos, los peritos en condición humana, y tantas veces los poetas, pueden esbozar cientos de explicaciones sobre esa innata capacidad que tienen las mujeres, a partir de madres, para producir hazañas, para consumar lo épico desde lo individual. Pero siempre las explicaciones resultan insuficientes. Da la sensación de que, de todas maneras, hay cosas que las madres hacen que son, que serán, inexplicables a la luz de la razón.
No es mi intención plantear la valoración de las madres en términos de comparación con los padres. Hay quienes, para salirle al cruce a esa comparación (en la que resultan holgadamente “perdedores” los varones) plantan este interrogante: ¿Acaso es un mérito el coraje de la mujer madre? Y agregan: Ellas tienen un gran coraje, pero es inevitable que lo tengan. Cuando un coraje es inevitable, ¿es coraje? ¿Se puede considerar virtud lo inevitable?
Por este camino vamos a desembocar muy pronto en esa suerte de discusión que termina por convertir a los sexos en bandos enemigos. Seguir sosteniendo esa discusión me parece inservible, por lo menos a esta altura de los tiempos. Por otra parte, no sé hasta qué punto es cierto que, ante las situaciones catastróficas o cruciales, los hombres son lo que pueden y las mujeres son lo que deben. No sé. En todo caso, y sin ánimo de lavarme las manos, digo que los varones y las hembras se precisaron siempre, no sólo para garantizar que la rueda de la Vida siga rodando, sino para abrigarse, para darse calor y aliento en esta travesía en la que seguimos sin saber dedóndevenimos y sin saber adóndevamos.
Para las madres, lo imposible es sólo lo posible que está pendiente. Hacer posible lo imposible, para ellas, es tanto un derecho como un deber, un hábito, una sanguínea costumbre.
Si es que hay una ecología de las madres, en esa ecología el milagro está a la orden del día. Y digo que soy de los que no creen en los milagros. En todo caso, soy de los que creen que los milagros no suceden por milagro. Pues bien, las madres viven en ese sostenido trance de milagro. Y a ellas el milagro no les cae del cielo. Ellas, al milagro, una de dos: o lo hacen o lo hacen. Caso contrario, lo hacen. En definitiva, a la corta o a la larga, lo hicieron, lo hacen, lo harán, al milagro. Como que hay madres.
Confieso que empecé este libro acobardado, mortificado, en realidad, por la posibilidad de aparecer como un oportunista, como un oportunero, como alguien que se sirve de las circunstancias para lucrarlas. En otras palabras, un hacedor de demagogia ad hoc. Pero ese sentimiento fue desapareciendo a medida que el libro crecía. O nos crecía; porque en una parte considerable lo armé con búsquedas y entrevistas de Juan Andrés Braceli, el mayor de mis hijos. Lo que a él le fue sucediendo con cada una de las conversaciones, bravísimas, me iba a suceder después a mí, al procesar esos diálogos para escribir este libro. Una y otra vez Juan Andrés volvía conmocionado de aquellos encuentros: Por ejemplo, con las abuelas de Madres de Plaza de Mayo; con el chico que nació en la ESMA y hoy vive con sus abuelos paternos; con Myriam Bordón; con mujeres que se decidieron a gestar sabiendo que tenían sida, etcétera, etcétera. Le sucedía a él que, en varios de aquellos encuentros, no tenía otra alternativa que dejar brotar sus lágrimas. Y en alguna oportunidad, ante una de esas madres desolladas por el dolor, él fue quien dijo basta, no doy más, no me cuente más.
Sí. Más allá de sus valores, este libro se nos hizo emotivamente denso. Nos sacudió. ¿Que no hay que involucrarse con los personajes?, ¿que hay propender al distanciamiento? Al caraxus con los reglamentos. Todo depende a dónde se quiera llegar. El entrevistado se da, se entrega sin reservas cuando uno se baja del profesional entrevistador y se entrega también. Y de esa mutua entrega surgen intensidades únicas.
Pero quise,  primero afrontar y después remontar  esa dramaticidad de muchos testimonios de madres desgarradas, desgajadas de sus hijos, para evitar (como ellas nos enseñan) quedarnos ahogados en un mar lágrimas inmovilizantes. A veces, desde las posdatas que cierran cada capítulo intenté abrirle una puerta a la reflexión, camino posible hacia la conciencia. En cada posdata, incluso valiéndome de la llavecita impredecible de la poesía, repito, traté de abrir, no de cerrar. Porque en cada uno de este más de medio centenar de personas, pienso que hay buenas semillas para pensarnos, para revisar nuestra condición humana y sondear nuestra, no por mentada y cacareada menos confusa, condición argentina.
En otras palabras, con estos personajes impetuosos, salvajes, entrañables, arrojados, locos, atravesados siempre de fulgurante intensidad, se puede llegar al cerebro pasando antes por el corazón.
A lo largo de este libro se encontrarán madres sorprendentes y sorpresivas. Y los primeros sorprendidos y sacudidos fuimos nosotros, los que tuvimos el privilegio de recalar en estos seres en carne viva, a corazón abierto. A la mayoría de las mujeres entrevistadas, más allá de las apropiadas para cada caso, les hicimos una media docena de preguntas idénticas. Entre las inevitables, hay una que emergía una y otra vez: ¿De dónde saca fuerzas para sostener una lucha tan desigual? Una de estas madres nos expresó algo colosal: A mí la impotencia me da fuerzas.
Esa reiteración de preguntas deliberadas, resulta propicia para ver cómo ciertos mecanismos se repiten y cómo, simultáneamente, cada madre tiene una respuesta única, sorprendente. Cada personaje, en definitiva, reinventa la pregunta. Por ejemplo: hay que ver de qué manera tan diferente responden Hebe de Bonafini, Zulema Yoma y Ada Morales a la fantasía de poder estar de nuevo, dos o tres minutos, con sus hijos muertos: una nos dirá que no necesita esos tres minutos, que todo el tiempo conversa alegremente con ellos; la otra nos dirá que no, que por nada del mundo quiere que su hijo vuelva a esta vida, a esta horrorosa corrupción; la otra, increíblemente, usará esos tres minutos del supuesto encuentro para contarle a su hija muerta que el techo de la cocina sigue sin techarse y le pedirá perdón por no haberle dado más libertad.
Sí, cada uno de estos personajes es una usina de inquietante vitalidad.
Para desactivar por completo lo de “bandos enemigos” que antes mencioné y no hacer de esto una cuestión que sólo atañe a un sexo, por estas páginas aparecen también algunos hombres que muestran comportamientos madre, si es posible decirlo como adjetivo. Caso de hombre s madre es el padre de Carlos Eduardo Robledo Puch, el jovencito que a los 20 años de su edad mató a doce personas en nueve meses; o el hombre aquel que en 1982 puso en venta un riñón y una córnea de su cuerpo vivo para sacar pronto a su pequeño hijo de la sórdida miseria.
Los personajes aquí presentados, parecen por momentos idénticos, pero son muy diversos en la índole de su hazaña. Hay madres como yunques, hay madres como martillos, hay madres como harina, hay madres como acero, las hay que tienen dientes en los dedos y uñas en el corazón, hay madres topos, hay madres capaces de dormir despiertas y capaces de asumir el insomnio por los días de los días y por las noches de las noches, hay madres ancianitas preñadas de memoria... Y hay madres también, llegado el caso, capaces de abrirse el pecho, sacarse el corazón de cuajo y arrojarlo a nuestro rostro, a ver si salimos de la abulia y de la indiferencia que, insistimos, consolida los crímenes de los violadores de la vida y de la muerte. Sí que hay por aquí, redimiendo la desvergüenza y la obscenidad, madres capaces de sacarse el corazón, sin vueltas, bien de cuajo, y de seguir adelante así, sin el corazón puesto. Porque ellas pueden. No se sabe cómo, pero ellas vienen pudiendo.
A propósito del arrojo, de la terquedad y del coraje ilimitado de las madres, tanto en el terreno político como en el sida o enfrentando un asalto a mano armada, hay una cantidad de interrogantes que en general se dejan pasar y que podríamos  considerar. Por ejemplo:
En una sociedad cada vez más miedosa y descomprometida, los actos arrojados, individuales o grupales de las madres, ¿no vendrían a ser una suerte de compensación?
¿Por qué ellas, y casi exclusivamente ellas, ejercen, no el coraje módico o en cómodas cuotas mensuales, sino el coraje de cuajo?
Estas heroínas, ¿son realmente heroínas o responden, exclusivamente, como dicen algunos, a esa sagrada expresión del egoísmo que es la protección materna? En otras palabras: ¿el coraje de las madres es tan corajudo como se lo califica, o es puro impulso, digamos, impulso salido de madre?
Animémonos, por qué no, al interrogante crítico: ¿es coraje o inconsciencia?, ¿es coraje o es ciego amor convertido en estampido irreparable?
¿Será que las madres, en las situaciones extremas, saben pensar con el instinto, convierten al instinto en pensamiento?
A partir de interrogantes como éstos hay por lo menos dos caminos cómodos y simplificadores en los que podemos caer. Estemos advertidos: por un lado, la cómoda simplificación nos puede llevar al elogio excluyente cuando expresamos que las madres tienen agallas, güevos, ovarios, güevas, o los cojones que les vienen faltando a los hombres. Por otro lado, la cómoda simplificación nos puede llevar a descalificar: el coraje de tantas madres no es otra cosa que inconsciencia.
Para el caso de que, como simplifican algunos, el coraje de las madres no sea otra cosa que una expresión de inconsciencia, propongo reflexionar una gran paradoja: es notable cómo una supuesta inconsciencia de las mujeres madres viene a servirnos para desactivar la abulia, la indiferencia, es decir, para gestar, realmente, conciencia en una sociedad remisa, banal y eructante.
Pero sea como sea, coraje o inconsciencia, o una mezcla de las dos cosas, lo evidente es que los sacudones de conciencia provocados por las madres algo producen en una sociedad anestesiada por la costumbre de la frivolidad, por la costumbre del miedo y por la costumbre de la indiferencia. Las madres incomodan. Las madres nos resultan imprescindibles para dejar de confundir la abstinencia con la prudencia, la desmemoria con la reconciliación, la desmayada abulia con la paz.
Más allá del hecho intransferible del parto, del imprescindible suceso biológico, ¿qué sería de nosotros, ciudadanos habitantes argentinos, sin las arrojadas acciones de estas madres de la más variada índole? No es aventurado pensar que, tal vez, sin esas presencias perturbadoras, incomodantes, inquietantes, hubiéramos hecho del eructo nuestro único gesto de dignidad y del bostezo nuestra única forma de meditación.
Escribió Susana Sontag: Se nos ha enseñado a olvidar perfectamente. Y ésa es la base de nuestro optimismo. Basta mirar hacia atrás y a los costados para advertir la lucidez de tales palabras. Pero este concepto, que es tan desgraciadamente cierto, se desactiva por completo a propósito de las madres. Las madres pueden ser optimistas porque no olvidan. Porque no nos dejan olvidar.

Del texto de la contratapa
Más de 50 madres de la historia y para la historia. Famosas y anónimas. Políticas y analfabetas. Madres insólitas, salvajes, heroicas, tiernísimas, todas capaces del milagro. Aquí están, desgarradas pero luminosas, las voces de madres como la de María Soledad, de Sebastián Bordón, de la AMIA, de la ESMA- No sólo Hebe de Bonafini y Mercedes Sosa, están también sus imponentes madres. Y de pronto la costurerita que dio aquel mal paso. Enseguida Alfonsina Storni, abanderada de las madres solteras. Y está la madre de Sarmiento y la de Perón y la de Borges y la de Bioy Casares y la de Sandro y la de Pappo. Y no falta la madre transexual, ni la indocumentada, ni la anarquista. Tampoco la madre de Gardel y la del Sargento Cabral. O el caso de Julio Bocca, que en un solo día tuvo tres madres. No es todo: hay una madre que vio torturar a su hija, y hay una madre de torturador, y hay otra yerma, y un par de hombres-madre, y madres de Malvinas, y la madre primera dama Zulema Yoma. No podía faltar la madre del Che Guevara, la de un famoso referí, las que gestan con sida, ni la madre de José Luis Cabezas.
Rodolfo Braceli pone en movimiento, sin complejos y con originalidad, recursos que provienen de su condición de periodista, poeta y dramaturgo: el crudo reportaje, la entrevista transformada en monólogo teatral, la crónica elevada a relato literario. A esto añade sus posdatas, que poseen la densidad de la poesía. Así consigue desentrañar personajes que no dan respiro: emocionan, sacuden, se meten en lo hondo del corazón y ya no hay escapatoria: hacen reflexionar. En estas páginas atravesadas por confesiones de gran intensidad dramática, el dolor más descarnado se alterna con sorpresivos tramos de humor; la ironía hace de las suyas.
Libro para sentir y para aprendernos. Oportunidad para repensar “nuestras cultivadas pasividad e indiferencia”. Braceli va mucho más allá de la anécdota y, desde un costado inusual, propone aquí una mirada crítica sobre la tan mentada condición argentina. “Estas madres, esas inconscientes que siembran conciencia” dice, “son capaces de voltear la historia y vadear la desmemoria. Ellas feroces, pensando con el instinto, son capaces de ser optimistas porque no olvidan, Y porque no nos dejan olvidar”.

ÍNDICE de personajes
 Madre de María Soledad
 Madre coraza
 Madre de Sarmiento
 Madre de hijo quemado vivo,
  quemado muerto
 Madre contra volcán
 Madre de la AMIA
 Madre de mellizos de dos nacionalidades
 Madre de desaparecido en democracia
 Madre maltratada
 Madre del qué dirán, la costurerita
 Madre soltera Alfonsina
 Madre abuela de Plaza de Mayo
 Madre de Sandro
 Madre ciudadana
 Madre yerma
 Madre que vio la tortura
 Madre de torturador
 Madre anarquista
 Madre de Bioy Casares
 Madre salvadora de madres con sida
 Madre con sida y secreto
 Madre de sí misma
 Madre Hebe, de Plaza de Mayo
 Madre de Hebe
 Madre carajo
 Madre de Sebastián Bordón
 Madres(s) de Bocca
 Madre de Malvinas
 Madre ídolo de multitudes
 Madre de la Negra mayor
 Madre indocumentada
 Madre de gay
 Madre del Silenciero
 Madre en la ESMA
 Madre siglo
 Madre (hombre) que vende un riñón
 Madre gata, y chorra
 Madre de Perón
 Madre de Borges
 Madre transexual
 Madre Camila, fusilada, abortada
 Madre de referí
 Madre de Nair
 Madre salvaje
 Madre que entrega
 Madre abuela que manda cartas al futuro
 Madre de Pappo
 Madre del Che
 Madre de niña poeta down
 Madre de hijo de presidente
 Madre del sargento Cabral
 Madre (hombre) de Robledo Puch
 Madre de Gardel
 Madre después de la muerte
 Madre tierra, la Pachamama
 Madre con sida y droga
 Madre de autor (hay una sola)
 Madre de diez hijos, y de cientos
 Epílogo:
 Ellas, esposas de la vida,
          mujeres de la vida (poema)

 
   
 

PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
En la Librería de las Madres. Café Literario - 15 de Septiembre 1999 - Con lecturas de María Rosa Gallo, Alicia Berdaxagar, Titina Morales y Alejandra Da Passano.