FUERA DE CONTEXTO
Conversaciones-ensayo, improbables pero textuales, con Juan Rulfo, Oliverio Girondo, Henry Miller y, por única vez, entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka.
(Ensayo/ conversaciones trans-textuales)

Editorial Galerna, Buenos Aires, 1991.
 
 

Del Prólogo
ENSAYO EMERGENTE / TRANS-ENSAYO

¿Por qué el ensayo no ensaya?

Vincent Van Gogh fue un hombre de sorprendente voluntad para el optimismo. Y fue un sensato, si por sensato se entiende razonar con denuedo la cotidianeidad. Y fue alguien que en muchos pasajes de su corta vida paladeó la dicha; creo que no sólo fue feliz sino que, además, se dio cuenta de que estaba siéndolo. Me refiero a Van Gogh el pintor, el de los girasoles, el mismo que se bebía el agua de sus pinceles y el combustible de su estufa; el que se rebanó una oreja, puso su mano sobre el fuego de un candil y se concedió un balazo en el corazón. Para tratar de explicar, por ejemplo, la rara voluntad de optimismo que poseía Van Gogh, yo necesitaba escribir un ensayo. Pero escribir un ensayo analizando, citando proponiendo tesis, me pareció escaso, magro y hasta tedioso para tanto como intentaba decir. Entonces decidí hacer un ensayo-emergente. O un ensayo al revés. Decidí enfrentar a Van Gogh con alguien de su estatura en la lucidez y en la desesperación, Franz Kafka: un tremendo atleta de la densidad y de la pasadilla, notable a su vez por su voluntad para el nihilismo. Entretejí una conversación ilusoria, realizada con frases entresacadas, siempre textuales, pero fuera de contexto, frases procedentes de sus escritos. Allí, en esa conversación -por momentos discusión- ilusoria, Van Gogh trata obstinadamente de convencer a Kafka para que desista de su vértigo funesto, para que no se suicide. Justamente Van Gogh empeñado en semejante faena.
Para escribir mis pequeños ensayos sobre la ambigüedad física y metafísica de Juan Rulfo, la santidad sexo mediante de Henry Miller, o la subversión de la realidad de Oliverio Girondo, también recurrí a conversaciones ilusorias, tejidas con frases textuales sacadas de sus libros y arrojadas a otro contexto.
Pregunta: ¿por qué el ensayo, como género, no se ensaya?
Aproximación a la respuesta: porque se queda en el molde. En el molde de su molde.
¿Y por qué pasa eso?
Tal vez porque el molde le resulta todavía satisfactorio y no necesita buscarse nuevos caminos. Tal vez porque nos hemos instalado en la comodidad de creer que el género ensayístico no tiene por qué distraerse en otras búsquedas que no sean la del estudio sistemático de los demás, pero no de sí mismo.
Me parece que no es temprano ni tarde para empezar a considerar la posible posibilidad de que el género ensayístico se abra, se exponga, se dé a sí mismo alguna vuelta de tuerca, se lance por los aires; en fin, se preste a ensayar para sí mismo otras formas de abordaje.
Hablando en términos generales: en el ensayo tal cual lo concebimos desde siempre se analiza algo, se propone una teoría, se la fundamenta, se la desarrolla. Otras veces se investiga, sobre la base de una tesis del autor. Lo que mediante el ensayo se ofrece y se procura es un material ya resuelto por el autor. Es decir que casi siempre el ensayo está al servicio de una propuesta ya cocinada, ya consumada. La participación del lector es bastante pasiva. Puede tomar o rechazar. No mucho más que eso. A partir de estos diálogos el lector puede hacer algo más que escuchar, que tomar o rechazar. Puede intervenir con su pensamiento y hasta con su emoción. Puede ser provocado, movilizado, estimulado por otras vías.
Es a partir de esto que pregunto y me pregunto: ¿por qué no intentar otros caminos, otras formas de búsqueda ensayística para tratar de renovar, de ampliar la participación del lector despertando en él otros resortes que los habituales?
Las cuatro conversaciones ilusorias que integran este libro significan un intento en tal sentido. Intento de ensayo emergentes, o trans-ensayos, mediante conversaciones fraguadas, conseguidas con frases siempre textuales pero arrancadas de su intención y contexto originales.
¿Y qué pasa, a todo esto, con el autor que urde con inefable insolencia estas conversaciones? Pasa que comienza con un propósito más o menos definido y, cuando quiere acordarse, se encuentra arrastrado por el prodigioso azar de esa conversación. Llega el momento en que el autor-titiritero empieza a ser empujado, movido, por los personajes que cree digitar.
De lo anterior nos quedan dos cosas. Por un lado, el lector (que según acostumbrados decir siempre es también autor de lo que lee) frente a una conversación-ensayo emergente tiene un grado de participación más activo, puede sentirse y ser más autor todavía. Por otro lado, el autor empieza por ser algo así como un ladrón de frases, irrespetuoso y candoroso, y con el correr de los diálogos termina por ser él un títere a merced del sabio azar de las palabras presuntamente robadas.

Tejido y entretejido del fuera de contexto
¿Cómo realicé estas cuatro conversaciones que pretenden ser ensayos emergentes o trans-ensayos?
Una conversación está librada entre Juan Rulfo y yo. Parto de la certeza de que Rulfo ya ha fallecido. Todo lo que él me contesta, –entrecomillado– procede de su libro Pedro Páramo. En Rulfo me interesó indagar su prodigiosa ambigüedad entre los físico y lo metafísico, entre el más acá y el más allá. Traté de averiguar con él si el Silencio es de silencio.
Otra conversación está librada entre Vincent Van Gogh y Franz Kafka. Parto de la suposición de que los dos están vivos y en la actualidad. Too lo que Van Gogh dice procede de sus Cartas a Theo. Lo que dice Kafka, de sus Cartas a Milena, Él  y El proceso. Van Gogh y Kafka dialogan febrilmente sobre la libertad, la creación, el pecado original, el sentido de la vida. Me interesó reflejar, a través de ese tome y traiga de dos lúcidos en carne viva, la celebración del trabajo que hace Vincent, su porfiado empeño por encontrarle un sentido a la inexplicable vida; en fin, la conmovedora voluntad de su optimismo. Vaya paradoja.
Cuando libré mi conversación fraguada con Henry Miller, mi propósito ensayístico fue mostrar hasta qué punto la exasperada sexualidad de Miller es una forma de religión. En ese sentido, el viejo labrador de nuestra especie se me aparece como alguien que busca, mucho más que la salvación una suerte de nueva santidad. Las frases que emite Miller, mientras toma vino conmigo, proceden de su Trópico de Cáncer.
Con nuestro Oliverio Girondo también conversé. Y a partir de la certeza de que ya había fallecido. Todo lo que él dice procede de su Espantapájaros. Aquí me interesó mostrar cómo Oliverio, mediante la herramienta del delirio, hace estallar la realidad en millones de pedazos, la subvierte, la somete a infinidad de drenajes, y así, increíblemente, la rescata, la valoriza y la dignifica.
Mi conversación con Oliverio fue ampliada para este libro. La primera versión la escribí para el suplemento literario de Los Andes, de Mendoza, el 26 de febrero de 1967. Entonces le propuse a mi jefe escribirla en lugar de una aburrida necrológica. Mi jefe se llamaba Antonio Di Benedetto, maestro de idioma en el idioma.
Estas conversaciones-ensayo son una suerte de no ensayos hacia sino ensayos desde. Están urdidas tanto con los retazos de palabras de cartas y de libros de los escritores convocados, como con la imaginación del lector, como con la inestimable colaboración del azar. Resulta prodigioso comprobar cómo frases escritas en otro ámbito y para otros fines por estos hombres, terminan ahora buscándose, contestándose, embarazándose, re-generándose entre sí. No nos podemos quejar por falta de autores: ya tenemos tres: el autor elegido en cada diálogo, el autor que fragua los diálogos, el autor-lector y el autor-azar. Ya vemos, no tres autores sino cuatro.
Mi insolencia consiste no sólo en desprender centenares de frases, ideas, conceptos, expresiones de los distintos textos, sino además en poner, por ejemplo en boca de Rulfo, Girondo, Van Gogh, Kafka o Miller palabras que expresaron no solamente en primera persona sino a través de sus personajes muy diversos (jóvenes, viejos, hombres, mujeres, víctimas o criminales).
Y a las frases desgajadas de su organismo originario y trasplantadas a estas conversaciones ¿quién las carga? Vaya uno a saber. Pero lo cierto es que se cargan de otro color, de otro pulso, de otra tensión cuando se incorporan al flujo y reflujo de la conversación fraguada. Resulta entonces que, a pesar de la textualidad, de la literalidad que encierra el entrecomillado, estas frases (para bien o para mal) se re-nacen en el existir de otro texto. Y al re-nacer nos pueden llegar a servir de inesperadas llaves para abrir algunas cerraduras, para intuir, para alumbrar o para vislumbrar recodos de esos autores que, utilizando el ensayo ortodoxo, tal vez, tal vez, no hubiéramos conseguido entrever.
Creo, por ejemplo, que en el caso de Vincent Van Gogh, de quien trato de mostrar que un tipo singularmente sensato, cuerdo, elogiador del trabajo, solar, denodadamente optimista, si hubiese yo utilizado los caminos de un ensayo ortodoxo no hubiera podido expresar ni la mitad, ni la mitad de la mitad de lo que, dentro de mis posibilidades, he expresado con una conversación-ensayo emergente.
No propongo esta forma de intentar ensayos como una infalible forma de ensayar. Trato de decir que esta forma poco usual (asimilada eso sí por el género novelístico) no debiéramos descartarla como una posibilidad posible dentro de las todavía (no sé por qué) estrechas variantes que ofrece el género ensayístico.
Aparte de lo enumerado, creo que estos ensayos emergentes pueden nutrirse, enriquecerse, con las técnicas que utiliza el reportaje para la indagación, para el buceo de las personas. También, llegado el caso, pueden asimilar para sí la tensión dramática del teatro. Desde luego que, además, estas conversaciones con palabras prestadas (o robadas sin guantes ni antifaz) pueden convertirse en una especie de ejercicio pariente del psicoanálisis. Ejercicio analítico de ida y de vuelta, puesto que el sujeto psicoanalizado puede llegar a ser no sólo el personaje convocado a la charla sino también el autor, especie de titiritero que aparentemente arroja el anzuelo, que aparentemente se divierte con los hilos.
Deseo advertir que los cuatro textos que en este libro presento no tienen nada que ver en su metodología, en su realización, con los diálogos o encuentros que, por ejemplo, se presentaban en una famosa serie televisiva en la que se reunía para discutir a famosos personajes de la historia de la humanidad. La diferencia radica en que en aquellas charlas los personajes no hablaban con frases textuales alguna vez escritas, sino obedeciendo a un guión en el cual los diálogos eran totalmente elaborados desde la ficción, lejos de toda textualidad. Este recurso, el de fabricar conversaciones con citas textuales, también se suele utilizar en el periodismo. Como periodista, decenas de veces me tocó hacerlo. Pero esos intentos, debido a la natural urgencia del oficio, no pasan, por lo general, de un ping pong de preguntas y respuestas más o menos previsibles.

Experimentación al servicio de.
Arrancamos con un interrogante. Retomémoslo: ¿por qué el ensayo, como género, permanece tan aquietado, tan acostumbrado a sí mismo, tan satisfecho con sus presuntos límites, tan aquerenciado en las rutas previsibles, tan analgado en su molde? ¿Por qué el ensayo, como género, no se permite desatar ciertas ataduras? ¿Por qué no se autoestimula transgrediendo vitalmente la formulación ortodoxa? ¿Por qué no se afloja ese nudo de la corbata que por momentos tan educadamente lo estrangula? ¿Por qué no se saca el sombrero ni para... respirar?
No se trata de perseguir lo novedoso por lo novedoso. No estoy proponiendo la experimentación por la experimentación. Se trata de afrontar la experimentación al servicio de. De decir más. De hurgar más. De perturbar más. De inquietar más. De sacudir más. De penetrar más. De desanudar más. Todo esto a partir de esas conversaciones tejidas con hebras de frases textuales, sacadas de contexto y arrojadas a la aventura de la provocación de ciertos pensamientos, de ciertas cadenas de razonamientos y hasta de ciertas emociones que, tal vez, por la ruta previsible y acostumbrada del pensamiento ensayístico no alcanzaríamos.
A esta altura ya podemos ampliar el interrogante inicial: ¿por qué el género ensayístico no se va a permitir las aventuras expresivas (mucho más que formales) que se han permitido otros géneros (la poesía, el teatro, la novela) que asiduamente vienen transgrediendo y reinventando su propio molde? Entonces: ¿por qué privar al ensayo de la aventura de ensayar y de ensayarse en otros caminos para la observación, para la investigación, para la búsqueda?
Como las confusiones abundan, conviene aclararlo otra vez: no se trata de buscar la originalidad voluntarista. Se trata de concederle al ensayo una actitud, una disposición que a sí mismo no se permite y que, sin embargo, paradojalmente analiza, estudia, exalta, alienta con entusiasmo en otros géneros.
Nadie dijo (y si así fuera no hay por qué acatarlo) que el ensayo deba conformarse por los siglos de los siglos con ser la Cenicienta entre los géneros.
Por eso me parece lícito, saludable, el atrevimiento de estas conversaciones emergentes, trans-ensayos o como quiera llamárseles. Dicen, desde el fondo de los tiempos, las buenas lenguas, que somos libres. La libertad que tenemos (como ensayistas) somos dueños de usarla para el riesgo. Pero también lo somos para hacernos cargo de ella, y usarla.
Entonces, más preguntas: ¿por qué no hacer convivir más a menudo el pensamiento sistemático con cierto azar aparentemente manipulado? El azar también tiene sus razones. ¿Por qué no provocarlo para que nos abra su nuez y sus razones emerjan? En fin, ¿por qué no dejar que el ensayo se libere, se desafíe, salte sin red, haga su vida y también se ensaye? Todo es imposible, hasta que es posible.
Aquí propongo cuatro intentos. Nada del otro mundo. Al fin de cuentas, un juego como cualquier otro; mientras la vida nos sucede.

De la contratapa

¿Van Gogh era un optimista?, ¿tan fuertemente optimista como para sacarle de la cabeza a Franz Kafka el deseo de suicidarse? ¿Henry Miller era un santo encarnizado? ¿Oliverio Girondo anticipó una descripción de la indescriptiblemente violada Argentina de los años 1976 y siguientes? ¿Juan Rulfo, ya muerto, puede informarnos qué pasa después de la muerte?
Para responder a cada uno de estos interrogantes Braceli necesitaba escribir varios ensayos. Decidió encararlos, pero eligiendo un nuevo método: el del trans-ensayo, o ensayo emergente, es decir el ensayo al revés. ¿Cómo los elabora?: poniéndose a conversar sucesivamente con Miller, con Girondo, con Rulfo o, juntando por única vez en memorable charla, a Van Gogh con Kafka. Braceli pregunta, indaga, escarba, y estos personajes le responden con palabras que ellos escribieron en cartas o libros, freses siempre textuales pero sacadas absolutamente de contexto. Humor, atrevimiento y vivencias insospechadas surgen así de estas conversaciones-ensayo que proponen un nuevo camino para investigar o recrear.