Don Borges, saque su cuchillo
porque he venido a matarlo
(Ensayo y ficciones)

Dos ediciones, Editorial Galerna, Buenos Aires,
1979 y 1998 (la segunda, aumentada).

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NI PRÓLOGO, NI ADVERTENCIA
(Fragmentos del capítulo inicial de la primera edición)

Como quien hace trampa, porque realmente hace trampa, de la boca para afuera empiezo a decir:
Que no entren, que no se metan en este libro los fanáticos admiradores de Borges.
Que no entren, que no se metan en este libro los fanáticos insultadores de Borges.
Para qué andar con vueltas: mejor será que aquéllos y éstos no entreguen sus inquisidores minutos a la siguiente lectura. Hay muchas maneras de invertir y perder mejor eso indefinible que desde hace tiempo se denomina tiempo. Una de ellas es rascándose.
( ) Para qué negar que cuando escribo deseo ser bien y muy escuchado. Y si lo deseo no llegaré muy lejos desde el momento en que nuestra visible circunstancia parece estar dividida en dos sectores: el de los almidonados que a Jorge Luis Borges lo celebran sin restricciones y lo leen mal, académicamente, sin disfrutarlo, y el de los desarreglados que se disfrazan de hijos de la intemperie, que lo odian también sin restricciones y lo leen mal, ofuscadamente, sin admitirlo.
( ) Pero, y entonces ¿quién, quién, quién me queda para que atienda a esto que voy a escribir? Me queda cierta gente, esa cierta gente que libros más libros menos, tiene el hábito de pensar, de pensar con naturalidad. Ahora, justamente, veo desde mi ventana un cielo inobjetable, con un señor sol, y me inclino a una opinión auspiciosa: quiero creer que la gente que practica el hábito de pensar con naturalidad no es esporádica, que es más de la que se supone, que no se la ve porque está disimulada, infiltrada en la cuantiosa marea y contramarea de los diversos codificadores que profetizan y ordenan cómo se debe respirar definitivamente. Quiero creer eso.
( ) Finalmente, ¿quién me queda para que escuche lo que diré sobre cierto Borges abominable o pueril que habita en Borges?  Bueno, en ese caso me queda, únicamente, el mismísimo Borges. Confiar en que él, a esta altura de sus días y de sus noches, va a solicitar que alguien le lea otro libro más sobre Borges, es tan ridículo como imposible. Utopía al cuete.
Sin embargo, pretendo eso: que el señor Borges escuche lo que expongo sobre su, muchas veces, lamentable tercer inquilino.
Medio difícil que logre lo imposible. Él, con razón, le teme más al hastío que al ajo en las comidas. Además, aunque ya se ha familiarizado con la eternidad y repite que espera la muerte con esperanza, conserva, intacto, el instinto de la conservación. De ninguna manera accederá a enfrentarse, casi desguarnecido, con un espejo, con otro espejo más: en este caso el del rostro de ese tercer Borges a veces infame, a veces verbalmente criminal, a veces bufonesco, a veces necio, casi siempre simulador, mentiroso, más precisamente dicho: embustero.

“Llamen a Borges, tengo que negociar con él”
A don Jorge Luis no le puedo imponer nada. Haría exactamente lo contrario; en eso es consumado maestro. Pero estoy decidido a que Borges escuche lo que expreso sobre su tercer inquilino. De ninguna manera me resigno a que no lo sepa.
¿Qué hacer para lograr tan desmesurado propósito? Apelaré a la imaginación. Intentaré pellizcar el talón de Aquiles de su curiosidad. Crudamente le voy a proponer un canje en el que no habrá regateo posible: Borges, yo le entregaré algo que a usted lo apasiona. Pero eso será a cambio de que usted me lea.
No podrá resistirse. Por primera vez en su vida tendrá que sacrificarse a la lectura de un libro dedicado a él. Perderá su proclamada virginidad, en ese sentido.
(Si entre los que han incurrido en este libro hay algún amigo, pariente, vecino o admirador de Borges, le ruego, por favor, que vaya a buscarlo y que me lo traiga rápido porque tengo que negociar con él.)

Un ensayo como Dios manda
Ya fueron por Borges. Mientras llega,  advertiré algo para evitar confusiones.
Deliberadamente traté de impedir que este ensayo se convirtiera en un ensayo ortodoxo, como los académicos y los usos mandan. Preferí abstenerme de la lectura de tantos libros (más de cincuenta) que estudiaron a Borges. Si alguno se me cruzó en el camino (caso Ernesto Sábato y Alicia Jurado) fue hace varios años y no por determinación de mi actual voluntad.  Preferí zambullirme en la personalidad de Borges con la mayor ignorancia e inocencia posibles, remitiéndome sólo a la fuente de alguno de sus cientos y cientos de reportajes, y a las muchas horas de conversación que tuve con él a partir del año 1965. No soy un experto en Borges. Y he tratado de superar la tentación de serlo. Muchos otros con mayor acopio y hondura de investigación afrontaron su personalidad y su escritura. Yo deseché el flanco investigativo porque quise dejarme espacio para que en mí funcionaran otras posibilidades. Sé el riesgo que corro: volver a machacar sobre algunos clavos que otros ya martillaron. Pero en esta ocasión prefiero exponerme a esas reiteraciones a cambio de proporcionarme ese espacio propicio para desatar la ficción.
En adelante voy a tratar de ir al encuentro de Borges con el alimento impredecible de mi desamparo intelectual. Entre el candor y la erudición ya elegí el candor. Las lecturas de reportajes que menciono fueron las que puede tener cualquier hijo de vecino. Mi objetivo está afuera de la crítica literaria, sociológica, política, psicológica: es más casero, menos y más ambicioso: he preferido transitar un camino por el cual no sé (y me gusta no saberlo) adónde voy a parar.
Lo probable es que este libro termine no siendo un libro sobre Borges. Y se convierta en una flor excusa para hablar de algo más que de la persona que lleva el apellido Borges. Lo seguro es que muy pronto este ensayo romperá las paredes, para mí carcelarias, del ensayo, y se convertirá en un antiensayo, o una casinovela. Vaya uno a saber.

Del texto de la contratapa
Por fin un libro en el que podrán convivir los enconados borgianos y antiborgianos.
Rodolfo Braceli ha logrado lo imposible a través de una obra singular, inusual. Todo empieza como una investigación referida a cierto inquilino atroz que se hospeda en Borges. Pero pronto el ensayo se transforma en cuentos, los cuentos en casi novela.
Braceli tiene muchas horas de entrevistas con don Jorge Luis. Lo conoce. Por eso se puso a la tarea de acorralar a ese Borges que simula barbaridades orales y nos distrae del gran escritor.
En este vertiginoso texto hay de todo: terribles diálogos reales, feroces discusiones ilusorias, cuentos de cuchilleros que sirven de carnada, crítica sin asco y afecto sin rodeos. Coexisten la sangrienta realidad y la pura ficción. Y, sin chiste, aquí hay humor. Por eso, este libro trastorna los géneros literarios. Con el propósito de salvar a Borges de Borges y de quebrar esa rutina de sectarismos varios que impiden vivir con naturalidad, Braceli hace lo que le da la gana. Le pregunta a Borges qué hubiese hecho de haber sido padre de un hijo negro. Le revela la verdadera historia del hombre de la esquina rosada. Descubre, adentro de Borges,  un poema y un cuento que todavía no escribió. Y cierta madrugada, el autor, que de nada se priva, entra en el departamento del anciano escritor con un cuchillo en la mano. Está dispuesto a comprobar si es verdad que Borges espera la muerte con esperanza. Resulta entonces un duelo memorable.
Un libro que se sale de la vaina.
Aún inédito, Don Borges, saque su cuchillo... suscitó la atención en Estados Unidos, Francia y Alemania. Uno de los mayores estudiosos de literatura Latinoamérica, Günter W. Lorenz, escribió: Don Borges saque su cuchillo... me parece una contribución importante al estado de la intelectualidad argentina de hoy. Es la prueba de cómo se puede realizar, literalmente, un deicidio sin perderse in infamias personales. Braceli manifiesta gran sensibilidad sin caer en los abismos de un falso orgullo intelectual. Puedo afirmar muy francamente que la fascinación que me ha producido la primera parte de este libro ha durado hasta el final. Hubo párrafos y hasta capítulos que he leído dos y tres veces admirando la preparación psicológica y la identificación casi completa del autor con el objeto de su investigación. El análisis de Borges en tercera potencia hecho por Braceli es una gran obra literaria y de investigación.

Fragmentos del prólogo de la segunda edición
AÑO 1978 DESPUÉS DE CRISTO: MORIR DE MIEDO. VIVIR DE MIEDO.

Hace veinte años era 1978 porque ahora estamos pisando 1998. Que veinte años no es nada, nos asegura el tango. No es nada y es un siglo. Depende de lo que hagamos con nuestra  memoria  y desmemoria, aquí.
Cuando este libro se editó por primera vez, los tres o cuatro mil ejemplares se vendieron pronto. Después, el libro y yo nos traspapelamos en esa carnicería insonora que fue nuestro ajeno país.
Ahora sale de nuevo. Naturalmente, he vuelto sobre sus páginas. Cómo no revisarlas. Las correcciones que hice son mínimas, dígamos, las que se refieren al estílo, a los ademanes de la sintaxis. En lo conceptual no he quitado ni puesto nada. No he eliminado capítulos, sí he agregado tres. Entendí que, más allá de su contenido y escritura, este libro tiene algún valor como testimonio de lo que significa escribir atravesado por el miedo.
Al revisar estas páginas mi mayor trabajo consistió precisamente en eso: sobreponerme a la tentación de escribir, ahora, estas cosas de otra manera.


Y esto, ¿qué es?
Porque tiene tapas y tiene hojas llenas de palabras, esto es un libro. Hasta aquí, todos de acuerdo. La cuestión se empieza enturbiar cuando vienen los reclamos para definir el dichoso género: ¿es un ensayo, es un libro periodístico, es ficción?
A lo largo de los años la pregunta se me reiteró. Zafaba rápido: respondía: “Qué sé yo”. Pero varios expertos me advirtieron con cierto disgusto que no había ningún género denominado queseyó.
Atrapado sin salida tuve que dar mejores explicaciones (aunque digan que con los libros no hay que dar explicaciones).
Ahora mismo estoy haciendo eso que no se hace y al “esto, ¿qué es?” respondo así: nunca quise experimentar con los géneros literarios. Ni ebrio ni dormido. Sólo quise pesquisar a cierto personajito, y para eso utilicé todo lo que me venía bien, sin prejuicios, sin fijarme en el qué dirán, sin demorarme en los usos y costumbres. Arrojado a ese objetivo, intenté una investigación sobre el Tercer Borges, una tenaz pesquisa sobre una suerte de penoso inquilino que se hospedaba en don Borges.
Recomiendo: tengamos especial cuidado en no confundir al Borges escritor con su Tercer Borges. Éste, el Tercero, era por ejemplo el que criticaba a los norteamericanos por haberle enseñado a leer a los negros y por no haber terminado de una buena vez con la guerra de Vietnam tirando la bomba atómica. Éste, el Tercero, era el que se dejaba condecorar y elogiaba al carnicero, augusto de nombre, Pinochet. Éste, el Tercero, era el que jugaba a ser indiferente, o mordaz, siempre impiadoso, con los perseguidos, presos y desaparecidos de la dictadura militar.
Para esta especie de pesquisa a veces hecho mano al reportaje, sobre todo a entrevistas que le hice a Borges entre 1965 y 1978. Hasta aquí, todavía transito por lo que usos y costumbres literarios denominan ensayo.
Pero eso no es todo: a veces me dejo ganar por conversaciones totalmente imaginadas, diálogos ilusorios. Entonces ya empiezo a andar por el lado de la ficción. Por otro lado, en las pausas que alterno con la pesquisa, despliego relatos, parodias, cuentos de cuchilleros que son pura ficción. A esta altura, por lo menos cuantitativamente, la ficción es tanta como el ensayo explícito.
¿Se puede hacer ensayo mediante la ficción?
No sé si se puede.
Sólo sé que la Constitución de este a veces (léase bien) acogedor país, no lo prohíbe.
Dice una vieja frase que usaban ya Adán y Eva y gente del vecindario: sobre gustos no hay nada escrito. A remolque de esa preciosa frase que afirma nada menos que el derecho a vivir de todos los Diferentes, podríamos agregar: aunque haya mucho escrito, sobre géneros literarios no hay nada escrito.
Allá por los años 70, un editor me disparó esta pregunta: “Supongamos, supongamos nada más que este libro se vende mucho y es un éxito: ¿Dónde lo van a poner en los suplementos literarios: en la columna de ficción o en la columna de ensayo?”
Yo le respondí qué la pregunta en sí misma era de ciencia-ficción. Que a este libro no le daba el cuero como para arrimar a best seller.
Con esta respuesta no hice otra cosa que no responder.
Ahora bien, y para tratar de darle un corte al interrogante “Y esto, ¿qué es?”: mi respuesta se viene cayendo por madura: yo quisiera respetar los géneros, pero exijo también que los géneros me respeten a mí.
Entonces, que cada uno haga su vida.

Nuevos capítulos
Las páginas que se agregan a la presente edición no modifican, para nada, lo escrito en la primera: en todo caso, lo continúan.
En “El capítulo que en 1978 no me animé a poner...”, desarrollo esta vez, completo, un diálogo que mantuvimos con Borges en 1977. Se refiere a un pedido de su firma para un petitorio por el escritor Antonio Di Benedetto, por aquellos días torturado, tentado de suicidio y preso en una cárcel de La Plata. Di Benedetto era alguien bien conocido y valorado por Borges, pero el Tercer Borges, mediante ingeniosas ambigüedades decidió argumentar que no lo conocía. En la versión de 1978 dejé sólo unas pocas líneas referidas a ese encuentro, y evité detalles y nombres porque directamente no me animé a correr o a hacer correr riesgos. Riesgos de vida o de muerte, no sé bien cómo escribirlo para ser preciso. Dos décadas después, sin temor a picana y/o desaparición, uno puede transcribir completo aquel diálogo acallado, y dar pormenores y nombres omitidos.
También en ese capítulo agrego un diálogo que mantuve con Adolfo Bioy Casares, el gran amigo de Borges, sobre los años del llamado Proceso militar. Por contraste, ahí podremos ver cómo, a partir del humano y lógico miedo, se pueden elegir muy distintos caminos: el de la inmolación es uno; pero hay otros, si no heroicos, al menos no indignos. El Tercer Borges optó sin disimulo, casi con regodeo, por el camino de la pusilánime adhesión, o la coartada del cinismo intelectual. Bioy, aunque participa del mismo ámbito, aunque comparte un código donde lo estético ocupa un lugar crucial, en aquel momento optó por el silencio. Veinte años después me confesó con pena y sin rodeos que hubiese querido ser el héroe que no fue.
Otro de los nuevos capítulos es el que trae una historia de cuchilleros, especie de yapa-tributo al Borges escritor, que le doy a manera de agradecimiento y homenaje a la fiesta de su escritura.
Finalmente, el capítulo que refiere “Muerte y entierro del Tercer Borges” registra un suceso real, protagonizado por don Borges en febrero de 1985; imposible escribirlo en los alrededores del año 1978, porque no había sucedido y porque ni siquiera se vislumbraba. Con este entierro del Tercer Borges, felicísimo episodio al que asistieron los otros dos Borges, el primero y el segundo, me encuentro, inesperadamente, con un final feliz. Entierro y felicidad, curiosa alquimia en este emporio de paradojas que es la entretenida patria Argentina.

Porqué Borges
Cuando escribí y publiqué este libro hace dos décadas (y también ahora) emergió con distinta carga el mismo interrogante: por qué meterse con un venerable (y anciano) escritor; por qué meterse, más allá de su escritura, con su costado humano más criticable.  Y hoy, aquí, ¿por qué sacar a relucir aquello cuando el escritor ya ha muerto?
Como la confusión está siempre acechándonos, una y diez veces aclaro, que sí, que ya sé que por los tiempos lo que de Borges quedará serán sus prodigiosas escrituras. Pero resulta que cuando me meto con aspectos in-humanos de su humana conducta no me olvido del escritor, al contrario. Además, me importa Borges como personaje; hasta podría ser el protagonista de una novela. Da la casualidad que se llama Borges. Tengamos en cuenta el apellido, pero que eso no nos distraiga, que no nos absorba por completo.
En cuanto a Borges, el tercero, éste no tenía problemas en ponerse en evidencia, no le importaba el qué dirán del vecindario, al contrario, sentía fascinación por escandalizar.
Por un momento, consideremos que algo de la conducta que movilizaba al Tercer Borges, puede también estar agazapado en algún recoveco de nuestra conducta (el famoso enano fascista, o el pequeño destripador, o el módico torturador).
Quiero decir que, de paso, no estaría demás observar a ese tercer tipo que tal vez todos escondemos. Algunos lo han domado, unos pocos lo han superado, muchos lo esconden, lo enmascaran, lo disimulan.
No vaya a ser que el Tercer Borges nos espeje.
¿Y si así fuera? En tal caso, tengamos cuidado de no aprovechar la real existencia de una inmensa cantidad de canallas para licuar, para fraccionar nuestras responsabilidades-culpas. Porque hay ciertas culpas referidas a lo que se hizo (o se dejó de hacer) en los espantosos años terribles que, por más que estén generalizadas, no pueden ser licuadas, ni fraccionadas. Ante ciertas cuestiones de la condición humana, las responsabilidades y las culpas son absolutamente individuales, indivisibles. Aquí sí que no vale eso de mal de muchos consuelo de tontos. Canallada, criminalidad o indiferencia de muchos, consuelo de nadie. En el terreno de la ética no puede haber licuación ni fraccionamiento; tampoco condonación, blanqueo o indultación.
Para eso, memoria siempre.
Y además, cuidado con las coartadas.
Damas y caballeros, que no se nos ocurra ser solidarios en la coartada.

Próceres intocables, sin pulso
En cuanto a mis insolencias, surgidas de la porfiada persecución del inquilino de Borges, no vienen por más muerte. Vienen por más vida.
En estos pagos padecemos la muy enseñada costumbre de matar mediante la veneración. Nuestros próceres mueren cuando  mueren y después mueren cuando entran en la congelación del bronce, cuando los condenamos a la in-humana perfección, cuando los volvemos intocables. Tan perfectos los mostramos, que terminan por no existir. Matamos a nuestros héroes patrios y a nuestros héroes escritores más allá de la muerte misma (me refiero a la natural). Les negamos toda respiración. Los despojamos de todo olor, de toda textura. Nuestros intocables terminan por no tener pulso. Los vaciamos con esa veneración insípida, incolora, insonora, en fin, con perdón de la equívoca palabra, inodora.
Por todo lo anteriordigo: la impertinencia, la insolencia, son también formas de compromiso, de amor. El respeto pánico, el respeto paralizante por nuestros sumos padres, después de todo, los ofende.

Testimonio de pesadillas y fruncimientos
Allá lejos, hace varios párrafos, dije que al revisar este libro para esta segunda edición (20 años después), tomé la especial decisión de respetarlo en sus limitaciones; las limitaciones dictadas al escribirlo adentro de la pavura, desde la pavura.
Quiero decir que si en él hay cosas rescatables, entre las más rescatables están esas limitaciones, o para decirlo en criollo, esos fruncimientos. En las siguientes páginas se podrá detectar cómo es, cómo era, escribir con miedo, desde el miedo. Así considerado, este libro es un testimonio.
¿De qué? Del grado de pavura en el que vivíamos por aquellos días y noches, por aquellos años, cuando la pesadilla no era una pesadilla de almohada, sino una cosa real, concreta, tangible; era pesadilla que no terminaba con el despertar matinal.

Entonces, pido encarecidamente
Sin el ánimo de condicionar al eventual lector, pero sí avisado de que vivimos en la ligereza de la urgencia, pido desde este prólogo que tengamos en cuenta, en todo momento:
que este libro fue escrito entre 1976 y 1977;
que fue escrito aquí y editado aquí, en la Argentina;
que por entonces en la Argentina (nunca estará demás memoriarlo) se prohibían y se quemaban libros a mansalva, a veces por obra y des-gracia de la inquisición imperante, a veces por la desgarradora, aterrada precaución de sus propietarios;
que muchos libros ni siquiera se llegaban a prohibir o aniquilar porque directamente no se escribían o, si se escribían, no se publicaban;
que ser intelectual, o escritor, o simplemente muy lector, era un peligroso dato de la realidad;
que había que tener tanto coraje para quedarse como para irse, o viceversa; que ni lo uno ni lo otro nos daba definitiva patente de héroes y sí de víctimas;
que no hacía falta ser sospechoso, con ser medio sospechoso ya la vida del elegido se convertía en un detalle sin importancia;
que  el  surrealismo era una desnucada canción de cuna,
que...  en fin.
Luego de otro punto y aparte, pedigüeño de alma, solicito además, que en todo momento se tenga en cuenta que este libro fue escrito mientras Jorge Luis Borges vivía.

¿Y cómo le cayó este libro a Borges?
Aunque descabelladamente, yo soñaba con la posibilidad de que él se hiciera leer este libro. Yo quería que él, que siempre afirmaba que era dos Borges, se diera cuenta que estaba anidando un Tercer Borges: una especie de inquilino atroz que se expresaba todo el tiempo, reportajes mediante, a través de declaraciones muchas veces asqueantes, escandalosas y de lesa  in-humanidad.
Yo, inefable, por no decir güevón, urdí este libro; me proponía, nada menos, que Borges leyera mi pesquisa de su terrible Tercer Borges, ése que nos distraía de sus prodigiosas escrituras.
Me consta que Jorge Luis Borges lo leyó, o al menos se enteró de buena parte de mi libro. Una tarde del año 1982 de su boca oí que le pareció una “guarangada eso de saque su cuchillo”. Estábamos en su casa con una pareja de profesores norteamericanos que habían bajado a entrevistarlo. Dijo lo de la guarangada, Borges, y a continuación se atrincheró en un silencio tenaz. Pasaron dos o tres minutos insoportables. Me fui enseguida. Sólo entonces él reanudó la conversación con los visitantes.
Borges estaba muy, pero muy ofendido por mi Don Borges, saque su cuchillo…Con eso acusaba recibo. El resto lo harían los años.
Meterse con un padre nuestro no siempre es redituable, y no tiene por qué serlo. Pero el caso es que, en el desalojo, en la expulsión, en la muerte del Tercer Borges que habitaba en Borges, hice mi aporte. Una arenita puse.

Pavura,  metáforas y  eufemismos
Vuelvo al asunto de las limitaciones (confesados fruncimientos) reflejadas en la primera edición. de hace 20 años. Cuando escribí el libro lo gocé, pero en muchos pasajes lo sufrí. No estoy hablando del sufrimiento ese que se atribuye a los escritores: sufrí porque escribí desde el miedo. Con miedo. Por ejemplo: en ningún momento mencioné a los criminales de la junta militar que, aparte de gobernarnos fuera la Constitución, se tomaban atribuciones redentoras y divinas. A estos señores no los nombraba, pero muchas veces aludía con asco no disimulado al criminal, augusto solo de nombre, Pinochet.
Así eran las cosas: cada vez que aludo o escribo (con perdón de la palabra)  Pinochet, entro en terreno minado. Pinochet se convierte en sinónimo de criminal, de mal parido, de asesino bien resguardado, de dictador, de exterminador del que piensa o sienta diferente. Uso la palabra pinochet como metáfora y/o como eufemismo para decir junta militar, Proceso militar, Videla, Camps, Massera, torturadores, desaparecedores, aniquiladores de vida que había nacido para vivir.
El miedo atravesaba aquella mi escritura. Hay un momento en el que hablo de la impunidad de alguien que con un palito se pone a mortificar a una desguarnecida hormiga, hasta que la aplasta. Momento en el que me pregunto ¿somos hormigas de quién, de quiééén? Ese capítulo está muy cargado de miedo y sin embargo de desesperación por hablar. Ya con el libro cerca de la imprenta, lo saqué. Lo puse. Lo saqué otra vez. Luis Politti, amigo, actor que desgajaba su vida en el exilio, sabía de esas idas y venidas y en una carta fraternal, me escribió: No seas güevón, Rodolfo: no te sebés, no se te ocurrirá cambiar tu vida por dos páginas más o menos. Finalmente, con más irresponsabilidad que coraje, dejé en el libro esa reflexión sobre las hormigas, es decir, sobre la impunidad y el respeto al Diferente.
La página de la dedicatoria y los epígrafes fue otra de las que hace 20 años me hizo transpirar el alma, Me costó muchísimo decidirme a citar a Pablo Neruda: Quiero vivir en un mundo en el que los seres sean solamente humanos... Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas.  Ya sabemos, por aquellos años el gobierno de facto y criminal enarbolaba un slogan asegurando que los argentinos éramos “derechos y humanos”. Poner la palabra humano y la palabra imprenta desde una cita de Neruda, ya era todo un dilema. Y el elogio de la libertad a través de Hemingway,  también. En fin, pongo o no pongo; lo escribo o no lo escribo. Todo el tiempo los güevos en el sitio donde debían estar sólo las amígdalas.
En la dedicatoria, más que coraje e ironía, mostré esa carga de adolescencia irreparable que todos tenemos, por desgracia y por fortuna. Casi desafiante, dediqué este libro, entre otros, A los que todavía no mataron a nadie, y no por ser indiferentes, y no por ser cobardes. A los que piensan con la cabeza. A las Hormigas, a todas las Hormigas, incluso a la que me pican...
Hoy suena increíble: algo tan elemental, tan simple como respetar al Diferente se nos convertía en una temeridad y/o irresponsabilidad a la hora de escribir y publicar en aquella Argentina.
Como tantos y tantos, yo vivía en estado de miedo por el miedo de Estado. Me leo a 20 años de aquella primera edición, me leo y releo y veo en los pliegues cómo late el miedo. Y por qué no decirlo: me siento conmovido por mí. Siento piedad por aquél que zigzagueaba, para decir sin que se notara, para decir sin dejar de decir. Me veo sudando frío. Siento piedad por aquel escritorcito, ser humano (con perdón de la equívoca palabra), que muy lejos de ser un héroe, trataba de sobreponerse al pusilánime. Sí, yo era también un subversivo porque tenía demasiado interés en elogiar la respiración, porque dos por tres convocaba al Diferente, porque lanzaba módicas arengas sobre la necesidad de respetar la vida de todas las hormigas, incluso de las que nos pican.

“Esto no es vida”
El actor Cacho Espíndola, sociólogo espontáneo, desde una simple ocurrencia de café sintetizaba lo que nos pasaba por aquellos días. Uno se encontraba con él, venían los saludos, pasaban unos segundos y cuando se le preguntaba lo de siempre: cómo andan tus cosas, cómo te va, respondía con una frase aparentemente inocua, con sonido a lugar común. Decía, muy subversivamente: “Esto... (larga pausa) esto no es vida”. Y tenía razón: aquello no era vida: era silencio mal parido, era miedo galopante, eran días y noches sembrados de muerte contra natura. Se había llegado a la más alevosa confusión: la impunidad pasaba por heroísmo. El asesinato y la torturación se presentaban como indispensables, como causas de fuerza mayor. La misma palabra patria era arrojada a la prostitución. Se violaban las palabras así como se violaban las vidas, así como se violaban las muertes. Nada  les era suficiente, no les alcanzaba  con matar: gárgaras se hacían, y comulgaban. Sucedíamos en la apoteosis de la criminalidad.
¿Para qué caraxus vuelvo sobre lo que ya pasó? Primero: quién sabe si en lo profundo lo que nos pasó ya pasó. Porque: ¿hasta qué punto nos miramos, nos afrontamos, nos revisamos?, ¿hasta qué punto la palabra reconciliación no es usada como coartada para el borrón y cuenta nueva?, ¿hasta cuándo una comunidad puede vivir sin afrontar y sin hacerse cargo de lo que aquí, aquí, pasó?

Bien, ¿y todo esto qué tiene que ver…?
…con un librito sobre Borges? Muchísimo que ver. Porque fue ese escenario, atravesado de tragedia, el que eligió para emitir zancadillas el Tercer Borges: en los reportajes jugaba con lo que no se juega: era un módico iconoclasta que meaba fuera del tarro.
De la desesperación que nos producían las actitudes y palabras de aquel Tercer Borges, salió este libro.
Sí sí sí, repetido está: ya sé que de Jorge Luis Borges sólo importan, y al final quedarán,  los prodigios de su pensamiento, la fiesta de su escritura.
Pero si tanto reconozco esto, ¿por qué me metí entonces en esa persecución? Me metí por varios motivos:
por respeto a Borges;
por amor a Borges;
porque soñaba con aislar al inquilino atroz que el viejo hospedaba y que nos distraía de su escritura;
porque más allá del admirado escritor, uno se estremecía ante las infamias orales del tercero y entonces, perplejo, desesperado, trataba de indagar un poquito más en la condición humana.
¿Cómo, cómo fue posible que un ser culto, sensible, se fuera de madre y de padre y en plena carnicería se dejara condecorar por un militar carnicero?
¿Cómo fue posible que un portentoso intelectual convocara la eficacia de la bomba atómica para abreviar la guerra de Vietnam?
¿Cómo fue  posible que un ser, que en su muy austera vida personal no mataba ni a una mosca, usara su indudable ingenio para hacer bromas sobre la necesidad o inocuidad de matar al Diferente?
Este libro se mete con esos interrogantes. Pero, lejos de buscar la decapitación del venerado sumo padre, busca conocer, comprender, busca descifrar a alguien que, en su peor costado,  tal vez nos espejaba, y nos espeja.

 
   
 
OPINIONES
 
 

GÜNTER W. LORENZ         
(Hispanista, investigador europeo de literatura latinoamericana, Director del Departamento Latinoamericano del Institut für Auslandsbeziehungen de Alemania Federal)
"Me parece una contribución importante al estado de la intelectualidad argentina de hoy. Es la prueba de cómo se puede realizar literalmente un deicidio sin perderse en infamias personales. Su autor manifiesta gran sensibilidad, sin caer en los abismos de un falso orgullo intelectual. Puedo afirmar muy francamente que la fascinación que me ha producido la primera parte del libro me ha durado hasta el final. Hubo párrafos y capítulos que he leído dos o tres veces, admirando la preparación psicológica y la identificación casi completa del autor con el objeto de su investigación. Braceli es la prueba de que la Argentina sín aún existe en su versión humana. Su análisis de Borges en tercera potencia no sólo es una gran obra literaria y de investigación, sino que es una contribución inevitable respecto de las discusiones sobre Borges.”

RAÚL GUSTAVO AGUIRRE
(Diario La Gaceta, de Tucumán, 4/11/79)
"Obras como éstas deben ser bienvenidas. Obras que contribuyan, no importa si se está de acuerdo o no con ellas, a promover una visión desapasionada, diríamos "normal", objetiva, real -hasta donde estas palabras tienen sentido- de nuestros escritores. Y que nos acostumbren a que, cuando le ocurra a alguien concebir un pensamiento disidente, que puede ser creador y tal vez el primer atisbo de una importante adquisición espiritual, en vez de considerarlo un réprobo inaudible, le prestemos atención. Después de todo, es esa disidencia la que aplaudimos ayer en un Thomas Mann, hoy en un Solyenitzin. No vacilemos, entonces, en aceptarla también en nosotros, en nuestra propia casa. Es sin duda un libro inusual que intenta lo que en Francia se denominaría "aproximaciones" a quien es ya una realidad insoslayable en nuestra literatura. Esto permite a Braceli examinar, proponer, ensayar. Y lo hace con una simpatía, un respeto y una seriedad que demandan para su obra por lo menos igual actitud. Bien se podría repetir lo que afirmó Günter W. Lorenz; un deicidio, agregaríamos, que en compensación nos devuelve un hombre, un hombre entrañable (el adjetivo es del propio Braceli)."

HORACIO SALAS
(Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, julio/agosto de 1980, nº 361/g362)
"El planteo de Braceli es inédito. El resultado es un libro cálido y al mismo tiempo no carente de agudezas críticas. Seguramente el mérito de este trabajo sea el de intentar explicar la realidad borgeana mediante un sistema irreal. El método no se equivoca. Más allá del humor, de la ironía constante, este libro encierra más de una hipótesis válida, expresada de forma tal que la erudición se burla de sí misma."

LUIS RICARDO FURLAN
(Radio Nacional, 5-11-79)
"Estamos en presencia de un libro extraño. Un trabajo originalísimo. La labor de Braceli es meritoria en cuanto refleja una perspectiva distinta de Borges."

OSCAR HERMES VILLORDO
(Revista Qué hacemos, septiembre/octubre de 1979)
"Unamunescamente y borgianamente, por su tozudez y lógica, este ensayo sui generis de Braceli tiene la seriedad del buen humorismo. Gracia, desenfado y humor están en la obra al servicio de un interés que no decae y de una segura conciencia de narrador. Una visión, al fin de cuentas, del admirado y discutido Borges, que Braceli presenta con conocimiento de causa apelando al sentido común."