Borges-Bioy. Confesiones, confesiones
(Ensayo periodístico / ficciones)

Dos ediciones, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1997 y 1998.
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Del prólogo, fragmentos
UN DEICIDIO-PARRICIDIO DE CHOCOLATE

Este libro, ¿tiene sentido?
No lo tiene: a) si pensamos con un absolutismo fundamentalista que, de los escritores, sólo nos tienen que interesar sus libros,
b) si atendemos al implacable apogeo del agujero de ozono,
c) si pensamos que, el mismo sol que amenaza con calcinarnos la mollera, por otro lado está  considerando para sí la posibilidad de extinguirse.
Este libro, así observado, no sólo no tiene sentido sino que es una güevada sin redención.
Pero la cuestión es que lo he escrito; lo cual no significa que los escritores dejen de interesar sustancialmente por sus libros, ni significa que el agujero de ozono cada día sea menos agujero, ni significa que el famoso sol haya reconsiderado y depuesto su intención de extinguirse.
Una de mis especialidades en esta vida es caer en la tentación. Y caí en la tentación de escribir nomás este libro. Encima, ahora caigo en la tentación de desenmadejar un prólogo ciego que no sé a dónde me llevará.
Comienzo por dar cuenta de los materiales, procedimientos y herramientas que utilicé: por empezar, apelé a casi una veintena de entrevistas-reportajes que le hice a Jorge Luis Borges y a Adolfo Bioy Casares; la primera, a Borges, en el octubre del año 1965, y la más reciente, a Bioy, no hace mucho, en el octubre de 1996.
Aunque el primer sostén sean los reportajes, éste no es un libro de reportajes o de conversaciones con Borges y con Bioy. No quise quedarme en la cómoda comodidad de la entrevista; sólo las utilicé como punto de partida. Por eso, aquí también aparecerán capítulos titulados Palabras cruzadas. En ellos reúno ilusoriamente a Borges y a Bioy Casares. Quiero decir: el encuentro de los dos es ficticio, pero lo que cada uno de ellos allí expresa me fue dicho por cada uno, textualmente.
¿Por qué los reuní? Porque, en decenas de horas de conversación, aunque en fechas muy distantes y separadamente, transitamos temas y hasta preguntas idénticas. Así surgieron estas palabras cruzadas, en las que junto y barajo cosas que Borges y Bioy me fueron expresando hasta con treinta años de diferencia. Por ejemplo: sobre la remota felicidad de la niñez, la paternidad, las culpas, las mujeres, el erotismo, el suicidio personal, el boxeo, Dios, el llamado Proceso Militar, los desaparecidos. Es decir que, aboliendo fechas, haciendo de cuenta que Borges y Bioy están allí, en el mismo minuto y lugar, entretejo anécdotas, reflexiones, opiniones. Con este procedimiento, escapo del encuadre del reportaje. Así, los materiales reales empiezan a estar al servicio de un propósito que excede lo periodístico.
¿Qué busco con estos contrapuntos levemente teatrales? Me importa incursionar en Borges y en Bioy más allá, o más acá, de su condición de escritores. Me interesa exponerlos, encontrarlos, como dos personas-personajes, curiosamente opuestos, realmente muy diferentes en esto de las cosas del vivir y del querer, y sin embargo incalculablemente amigos.

Palabras cruzadas
Sigamos. Hay otros capítulos en los que no sólo me voy del reportaje real; también me voy de esas palabras cruzadas, textuales, de los dos, y me permito desembocar en la ficción total: escribo entonces cuentos, relatos, poemas. Y esto, ¿por qué, para qué?: intento parodiar la escritura y las preferencias y los hábitos de Borges y de Bioy. Entonces, ¿mi impertinencia no tiene límites? Tal vez. Pero en mi descargo argumento que la impertinencia hacia los sumos padres puede ser una forma de aproximación, de conocimiento.
Borges ya lo dijo: la parodia es una de las formas menos agradecidas, más desconsideradas de la escritura. Pero, en sabiendo que el que parodia a los sumos maestros no tiene nada para ganar, absolutamente nada, y todo para perder, absolutamente todo, me he dejado llevar y con toda irresponsabilidad he escrito algunas. Digamos que, también en eso, caí en la tentación.
¿Por qué elegí estos caminos, diferentes de la entrevista periodística? Por lo dicho: porque, por ejemplo, en la ficción de las parodias encuentro otras formas de aproximación y conocimiento de Bioy y Borges como personajes. Me asomo a ellos desde otros costados: trato de sorprenderlos, más que en su condición literaria, en su condición humana.

La confesión, ese coraje final
Pero volvamos a Borges y a Bioy confesándose a través de tantos reportajes. Se preguntará el lector, y yo también -y permítanme que hable de los dos por igual en tiempo presente-: ¿por qué estos hombres magistrales se regalan sin frenos, sin feriados, a reportajes de toda calaña? ¿Por qué soportan el asedio de preguntas tantas veces fulminadas, desmayadas por el lugar común, la frivolidad o el morbo? ¿Por qué ofrendan tantos ratos de sus vidas a una curiosidad que casi siempre no va más allá del fisgoneo por el ojo de la cerradura?
¿Por qué?
Tal vez porque Borges y Bioy son dos grandes genuinamente grandes. Porque por ser así están de vuelta de todo lo que la precaución, la mesura y el sentido común aconsejan.
Tal vez porque a la hora de las entrevistas estaban en la fase más despojada de la soledad: la de la vejez.
Tal vez por esto, tal vez por aquello, Bioy y Borges se han entregado a confesadas confesiones inconfesables; para algunos, confesiones desaconsejables. La entrega del uno y del otro añade, nos da más razones para decir que la condición humana es penosamente o prodigiosamente inexplicable.
El caso es que, con la realidad de los reportajes o con la ficción de los relatos, como buitres caemos sobre nuestros venerados sumos viejos. ¿Para saquearlos?, ¿para dejarles sin carne los huesos? Como buitres unas veces, o con ternura otras, bajamos sobre ellos, siempre tan indefensos.
Y nuevamente, uno, ¿qué diablos pretende?: uno quiere que Borges y que Bioy le confiesen lo inconfesable. ¿Para destruirlos? No, porque ya sabemos que son indestructibles. ¿Para qué, entonces? Posiblemente para bajarlos de allá arriba, de tan alto como están; para des-divinizarlos, para saber que pese a los prodigios de sus escrituras son humanos. Y, una vez sabido esto, para abrigarlos, para ponerles tibieza a sus cada vez más leves organismos.
Queda dicho, por lo que pudiere, que con estos reportajes, con estas palabras cruzadas y con estas ficciones he intentado asomarme no a los escritores, sino a ellos como personajes de una infinita novela que vaya a saber quién escribe desde el fondo de la eternidad.
No, no he tenido el menor empacho en espiar y en propiciar las confesiones de estos dos célebres. Y no he salido ileso de mis incursiones, sondeos, pesquisas y miradas por el ojo de esas dos ajenas cerraduras, la de Bioy y la de Borges. He salido herido de ternura. He salido, sobreponiéndome a la admiración que todo lo enfría, queriéndolos más. No me importa confesar esto que seguramente les sonará  bien zonzo a los eruc-ditos y expertos en el arte literario.
No sólo he salido herido, sino aprendiendo por lo menos tres cosas: l) que los hombres tienen orejas y creen por eso que escuchan; 2) que los hombres tienen ojos y creen por eso que ven; y 3) que los hombres están, estamos, ciegos y sordos y nos queda, sólo nos queda, el vértigo del propio monólogo.
Mientras yo, espiador, cazador de confesadas confesiones inconfesables, iba consumando mi sucesiva impertinencia, Borges, el viejo ciego, aprovechaba para no verme; y Bioy, el viejo de cadera desobediente, aprovechaba para decirme de pronto que se sentía amigo mío, mientras me pegaba una derecha cortita en el pecho.
He gozado y he aprendido mucho de los libros de Borges y de Bioy. Tal vez he gozado más de lo que he aprendido, y mejor que sea así. Pero también aprendí gozosamente de ellos humanamente hombres, durante las conversaciones que sucedieron con la excusa del reportaje periodístico: un día a Borges le regalé nueces para que las conociera y las probara y las comiera por primera vez, pero a su vez Borges me alertó, me hizo ver el olor del café. Otro día a Bioy le regalé un pan; él me avisó del sabor del agua y me advirtió sobre un milagro siempre menospreciado: el que se produce cada vez que uno ve clarear el día.
Hablando de aprender: como quien no quiere la cosa, luego de dejarnos llevar por la convivencia con estos escritores -que al fin de cuentas son hombres y como todos pueden estornudar, rascarse, temblar, llorar sin disimulo, inquietarse por una corriente de aire aunque hagan casi cuarenta grados de calor-, luego de estar con ellos una y otra vez, nos surgir  la certidumbre de que no hay nadie más desesperadamente optimista que un obstinado nihilista, y que no hay nadie más nihilista que un desesperado optimista.

También Van Gogh y Kafka

¿Quién es uno y quién el otro? En el anteúltimo capítulo me permito convocar, a una reunión ilusoria, a Vincent Van Gogh y Franz Kafka. También ahí juego: esa conversación ilusoria, pero entretejida con palabras textuales que Van Gogh y Kafka alguna vez escribieron, tal vez nos permita vislumbrar un poco más a los dos humanos llamados Bioy Casares y Borges.
Entrevistas, palabras cruzadas, cuentos, convocatoria de Kafka y Van Gogh... todo esto es un juego. El juego también puede ser una forma de ensayo y de conocimiento. Con el juego iremos viendo. Y hablando de jugar con la escritura: también en eso fueron maestros Bioy y Borges; es decir: don Bustos Domeq.
Lo que me importa subrayar, otra vez, para no alentar falsas expectativas, es que Borges y Bioy no estarán aquí analizados como escritores. Estarán desenvolviéndose, exponiéndose todo el tiempo como hombres reiteradamente diferentes, opuestos en tantas cosas y, sin embargo, irreparablemente amigos.
Todos creerán, finalmente, que éste es un libro sobre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Sí lo es.
Pero no.
Pido que consideremos los apellidos, pero que no nos distraigamos definitivamente con eso. En todo caso, no dejemos de pensar que Bioy y Borges son dos criaturas portadoras de apellido. Pero, al fin y al cabo, dos criaturas que, más allá o más acá  de sus libros, necesitan ser abrigadamente miradas; porque la última soledad, la de la vejez les viene dando mucho a frío, como a todos.
Amar a quienes se venera es una omisión frecuentemente dictada por el esnobismo, por la pueril puerilidad del cinismo intelectualudo. No importa que Bioy y Borges sean tan magistrales escritores; ante todo y después de todo, son dos criaturas, dos criaturas a querer.
Bioy y Borges, BorgesBioy: ahí están, solos, en medio de una multitud hecha a imagen y semejanza; ahí están, por haber nacido, muy tan solos, como cualquier nadie. Y uno, insolente, sin contemplaciones, va hacia ellos dispuesto a todo. Dispuesto a consumar un deicidio, un parricidio.
Pero sin sangre.
Porque así como hay balas o cigarrillos de chocolate, hay parricidios de chocolate.

 
   
 
OPINIONES
 
 

JORGELINA NUÑEZ
(periodista, diario “Clarín”)
“Cuando la trayectoria ha sido extensa y la obra distintiva, todo nombre propio actúa como un sello o una marca inconfundible. Así en `Borges-Bioy. Confesiones, confesiones´, a los frecuentados apellidos de Borges y de Bioy se añade el de Braceli. El nombre de Braceli sirve para avalar la operación y también para dignificarla. Sus entrevistas se han hecho famosas por la audacia de las preguntas tanto como por la habilidad para descolocar a los entrevistados de sus lugares habituales, sin alterar por ello el clima de una conversación amable que conserva la frescura original. La presencia de sus reportajes (...) constituye una suerte de rara avis, de joya auténtica (...). Se podría decir que Braceli es un especialista en escarbar la anécdota biográfica como raíz negada de la ficción. (...) Por eso se animó con este libro contraperiodístico y antieconómico para darse un gusto y compartirlo con los demás.”

MARTÍN APIOLAZZA
(Diario Los Andes, 22/6/97)
“Este libro puede ser disfrutado en lo formal, apreciando el oficio y sagacidad de Braceli a la vez que se descubren rincones hasta ahora oscuros de la vida de los dos grandes escritores.”

BARTOLOMÉ VEDIA OLIVERA
(Diario La Nación, 28/4/97)
“El peridista Rodolfo Braceli es uno de los entrevistadores que más se ha acercado a la intimidad de los creadores de Bustos Domecq. Braceli utiliza materiales reales de sus entrevistas para un propósito que excede el mero periodismo.”