Bocca. Yo, príncipe y mendigo (biografía)
Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1995.
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Del prólogo, fragmentos
ESE MUCHACHO QUE VA CON EL BOLSO...

Este es un libro de Julio Bocca y es también un libro sobre Julio Bocca.
Contando sus cosas, Julio irá haciendo su autorretrato. A veces serán otros quienes lo ayuden a completarlo, desde afuera, desde diferentes ángulos. Cuando ellos ya hayan dicho lo suyo, y cuando Julio se sumerja en el enigma de sus profundos silencios, yo tendré que ir a preguntarle, a escarbar, a tirar de la punta de los hilos sueltos para desenrollar un poco más la madeja de su vida y de su personalidad.
Julio, me consta, hará un esfuerzo terrible a través de estas páginas porque, como él confiesa, se mete por primera vez en un baile que no sabe y que no le gusta bailar: expresarse con palabras. Pero tendrá que hacerlo. Unas veces anotando, desenvolviendo recuerdos; otras, soportando el asedio de mis preguntas.
¿Cómo es realmente el otro Julio Bocca, el que no se ve en el escenario, el que se recluye en su casa, lejos de la farándula y de los ruidos, el que sin tregua se fatiga y transpira para renovar sus sueños?
Muchas veces, con su parquedad responde a esta pregunta. Sugiero que se preste atención tanto a sus palabras como a sus silencios. Cuidado con sus silencios.
Algo quiero decir desde mi situación de ordenador y buscador de puntas de hilos. Empecé con Bocca la aventura de hacer este retrato, desde tres niveles: sus confesiones, los testimonios de quienes lo conocen y la conversación-reportaje; empecé, decía, sabiendo que la tarea no era nada sencilla. Lo conocía sólo a través de un par de entrevistas; no éramos amigos. Mejor. Aproveché este inconveniente, el de la falta de confianza que brinda la amistad, para consolidar mi rol de intruso. La tarea iba a resultarme ardua porque, insisto, la riqueza de Bocca se esconde precisamente en sus silencios, en su laconismo. Pero qué vamos a hacerle: los libros se realizan con palabras. En la medida en que resultó difícil, esto se puso apasionante.
Unas pocas líneas sobre el Bocca que conocí en esta instancia de hacer un libro a dúo: no es un tipo simple. Es complejo, difícil. A menudo desarma, desalienta al intruso que quiere hurgar en su vida. Bocca desconcierta a quien trata de sitiarlo, de cazarlo. Uno lo ve ahí, casi al borde del bostezo, y cree que ya lo tiene. Pero Julio es un blanco móvil. Entre su timidez y su sinceridad uno, al pretender descifrarlo, más de una vez se queda paralizado. O pedaleando sin cadena.
En varios centenares de entrevistas a personajes de todo orden (desde artistas a políticos, desde científicos a deportistas) pocas veces me encontré con una personalidad tan difícil de apresar como la del protagonista de este libro. Sólo recuerdo un par de casos parecidos en cuanto a cierta forma de timidez contagiante, paralizante, para quien está enfrente: uno, Joaquín Lavado, Quino, allá por los años '60; otro, Hermenegildo Sábat. Hablar con ellos me resultó una verdadera aventura.
El caso es que Julio Bocca, a partir de sus silencios que parecen congelar el aire, se vuelve un ser riquísimo.
Es cuestión de ponerle la oreja a esos silencios que descorazonan al intruso más porfiado.
Y es cuestión de ponerle la oreja a las palabras que le brotan desde esos silencios.
Sin ánimo de comparar, recuerdo algo que escribió el poeta francés Jean Cocteau sobre su amigo, el bailarín Vaslav Nijinsky: Uno jamás habría creído que ese monito de pelo ralo que usaba un sobretodo de faldones y un sombrero balanceándose encima de la cabeza fuera el ídolo del público.
La metamorfosis de Nijinsky resultaba asombrosa. La de Julio Bocca también. Uno lo mira, lo observa, conversa con él a lo largo de semanas, y no hay caso, no puede hacerse a la idea de que este muchacho sea el mismo que estalla sobre el escenario.
La metamorfosis de Bocca no tiene nombre. Es un misterio, y los misterios misterios son. Por ejemplo, Niní Marshall nos contará más adelante el papelón que pasó al no reconocer, apenas terminada la función, al Julio Bocca que había bailado en su homenaje.
Roberto Goyeneche dijo algo semejante: Cuando yo lo vi al pibe antes de cambiarse para bailar, no creí que era él. Yo pensé que Bocca era el muchacho que le llevaba el bolso a Julio Bocca. Mi Dios.
Esto que a los demás los descoloca, a Julio lo coloca. El pasar inadvertido es, justamente, una de sus más tenaces ambiciones. Digamos que al príncipe no le molesta pasar por mendigo. Abajo del escenario le gusta ser nadie. Y lucha para eso.
¿Cómo explicar el abismo que existe entre el príncipe del escenario y el muchacho de barrio?
¿Cómo dar con la cifra de su alucinante metamorfosis?
Julio Bocca, ustedes lo irán descubriendo, dice mucho porque habla poco.
Aparte del talento, que también se hospeda en la zona del misterio, Bocca tiene una tenacidad obrera asombrosa. Ya lo dicen Maya Plisetskaya y la maestra Gloria Kazda: Julio, una vez que encuentra la perfección, busca otra perfección. Para él, conquistar la cima del Everest significa, a continuación, buscar otro monte más alto. Y si no existe, inventarlo.
A este tipo complejo, por momentos antipático, a veces hosco, conviene tenerle paciencia. Por ahí, uno se encuentra con que tiene cierta virtud que hay que reverenciar en estos tiempos, cuando el culto de las apariencias y del carisma vacía la política y el arte y hace del cholulismo una apoteosis. Bocca no simula haber leído libros que no leyó ni por las tapas ni por las solapas. Podría hacerlo, pero dice no sé, no sé, no sé. Un coraje fuera de los usos y costumbres. Un rarísimo caso, mucho más asombroso si consideramos que es un argentino.
A Julio Bocca, ése que según el decir de Ernesto Schóó tiene el don de convertirse él mismo, todo entero, cuerpo y alma, en poesía, uno lo ve y no lo cree...

Ahí va. Entra al gimnasio con su bolso, con sus cosas para la rutina, con cierta tristeza que, dice él, es tranquilidad... Hará lo mismo que cada día desde hace veinte años, cuando soñaba llegar alto, pero no tanto.
Entremos con él: saluda a sus compañeros, apenas se le escucha la voz. Va a su camarín, se desviste, se viste para las fatigas. Allí está, su cuerpo se suma a otros cuerpos...: barra, estiramientos, equilibrio, la búsqueda del eje... Deletrea cada músculo... Los segundos hacen a los minutos, los minutos hacen a las horas... Una gota le brota a su frente, y desde allá arriba cae... Cae y estalla sobre el piso del gimnasio.
El piso es de madera.
La madera vino de unos árboles.
Los árboles nacieron y crecieron sobre la espalda del mundo.
El mundo es una arenita que gira en el desmesurado cosmos.
Julio Bocca ha tocado al cosmos, lo ha homenajeado a su manera: con esa gota brotada de su fatiga.
Ni el músculo duerme, ni la ambición descansa.
Para que el cuerpo se vuelva tan música como la música: trabajo, mucho trabajo. Un segundo, un minuto, un día, un millón de días.
La hazaña del silencio.
La hazaña de la obrera tenacidad.
La hazaña de la paciencia.
Julio Bocca concluye su jornada, se ducha, se cambia, alza su bolso, sale a la calle, se vuelve uno más, se vuelve nadie.
Los dioses lo miran desde las alturas y mueven la cabeza, asombrados. Una vez en la vereda, Julio Bocca se les perderá de vista, se les extraviará, se les traspapelará entre la gente.
Los dioses dirán: El pibe ese es uno de los nuestros. Pero después se corregirán: La verdad es que nació humano, humano y pájaro. Allá él.
Los dioses seguirán conjeturando: El pibe este seguramente tiene pactos con el aire. Humano y pájaro nació. Allá él.
Y pasarán los días porque pasan las noches...
En la patria de la tierra, Julio Bocca está ahora sobre un escenario. Ha concluido su función y lo están aplaudiendo los humanos. Los dioses también quisieran hacerlo, pero no hay caso, no pueden, porque los dioses no tienen manos...
No podrán aplaudir los dioses, pero aletean su entusiasmo y aleteando alzan vientos... Los vientos despiertan banderas celebratorias que estaban dormidas. Las banderas saben a música. Y todo esto sucede porque el bailarín ha pactado, una vez más, con el aire.
Un bis, y otra vez a escena. Los dioses, nuevamente asombrados. Los humanos aplauden hasta incendiar sus dedos. Julio recibe todo eso. Tal vez piensa en su lejano abuelo...
Y el telón cae.
Julio otra vez con su bolso, otra vez convirtiéndose en nadie. Y los dioses cavilando. Y los dioses preguntándose:

¿Qué Dios hay en el aire
 que alza a ciertas criaturas
 y las sostiene
 y las suspende
 en la eternidad de un instante fugazmente eterno?
¿Qué Dios hay en el aire
que vuelve pájaros a ciertos humanos?

Ésta es la cuestión: ¿Por qué este muchacho, tan luego este muchacho, consigue pactar con el aire para que el aire lo alce y lo eleve y allá arriba lo sostenga?  Ni dioses ni humanos encuentran la llave para la cerradura del misterio.
Mañana será otro día. Y cuando mañana sea hoy, el muchacho tomará su bolso, llegará al gimnasio, sudará la gota gorda... Y así sucesivamente.
Damas y caballeros, ahora, con ustedes, Julio Bocca.

Texto de la solapa
Vida de película, la de Julio Bocca. A los nueve meses camina. Al año y medio, chupete en boca, trepa a un escenario y se mezcla en la función. A los cuatro debuta en el teatro El Globo. A los ocho ingresa al Instituto de Danzas del Teatro Colón y supera la prueba (aunque no tiene los diez años reglamentarios). A los quince actúa siete meses en el Carreño, de Caracas, y debuta como solista en Río de Janeiro. A los dieciocho, ya primer bailarín del Colón, gana la medalla de oro en el mayor certamen de danza del planeta, el de Moscú. A los diecinueve es nombrado, por Mikhail Baryshnikov, principal dancer del American Ballet Theatre de Nueva York. Julio Bocca, uno de los máximos bailarines de fin de siglo, actúa en galas, ante la realeza, o en estadios, ante multitudes.
Detrás de su fama mundial, hay una vida asombrosa. No conoció a su padre; tuvo un abuelo obrero que le adivinó absolutamente su futuro de bailarín; se crió en una casa modestísima, en un barrio de provincia y, todavía adolescente, conquistó Moscú y Nueva York. Príncipe en el escenario y muchacho del común, irreconocible, en la vida cotidiana. Julio Bocca cuenta aquí su vida, en un libro que por momentos transcurre como una novela, por momentos como una sucesión de flashes cinematográficos, por momentos como un tenso reportaje. El desnudamiento de Bocca surge, además, por el asedio a que lo somete el coautor del libro, Rodolfo Braceli, incansable intruso que aparece y desaparece sin aviso, para alumbrar los rincones más escondidos del personaje. El relato y los testimonios que lo complementan trascienden el contenido de las cómodas biografías al uso. Aquí emerge un Julio Bocca carnal que no apela a los dobles discursos y transita con sinceridad inusual, conmovedora, por ausencias, sueños, dolores, ternuras, humores y emociones. Los secretos de un príncipe estelar que lucha duramente por defender su condición de mendigo. Un libro para quienes lo veneran como bailarín y también para quienes jamás entraron en el mundo de la danza. Un libro para todos.